EL 17 DE OCTUBRE DE 1945
Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero
crecía en las densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban
llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de
Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente
López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de
Barracas.
Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora.
Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de
Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de
automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio.
Era el subsuelo de la patria sublevada. Era el cimiento básico de la
Nación que asomaba como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la
conmoción del terremoto... eran los hombres que están solos y esperan,
que iniciaban sus tareas de reivindicación” (Raúl Scalabrini Ortiz).
Los trabajadores irrumpen en la Plaza de Mayo reclamando la presencia de Perón.
A la noche, Perón, ya liberado, habla a la multitud desde el balcón de
la casa de gobierno. Los jefes militares opositores al Coronel son
desplazados. El Presidente ratifica que habrá elecciones libres.
Opiniones de diversos políticos e intelectuales sobre esa jornada
histórica.
A la misma hora en que Juan se acomoda en una suite de un piso alto,
habitualmente destinada al capellán del Hospital Militar Central de la
calle Luis María Campos, los trabajadores se ponen en marcha para
concretar una jornada histórica.
A las 7, - informa la policía - en Brasil y Paseo Colón fueron obligadas
a dispersarse alrededor de mil personas que venían desde la provincia
de Buenos Aires y se dirigían hacia Casa de Gobierno. Poco después, se
conoce la información de que el ferrocarril del sur ha dejado de
funcionar, y que se encuentran los trenes detenidos por los trabajadores
en Gerli y Lanús. A las 8 y 30, es disuelta una manifestación en el
cruce de Independencia y Paseo Colón. A las 8 y 40, alrededor mil
quinientas personas se concentran en Plaza de Mayo.
A las 9, por Alsina hacia el oeste, va una columna estimada en cuatro
mil trabajadores. A las 9 y 30, es dispersada una numerosa
concentración reunida frente al Puente Pueyrredón, del lado de la
provincia.
Se estima que alcanzaría aproximadamente a diez mil personas. A esa
hora, las fuerzas de seguridad levantan los brazos del puente para
impedir el acceso de los manifestantes a la Capital, pero rato después
se bajan, facilitando el paso.
A las 10 se disuelve una manifestación de cuatrocientas personas en
México y Azopardo, mientras se informa que algunos manifestantes han
logrado cruzar el puente sobre el Riachuelo y que una columna de diez
cuadras avanza por la calle Montes de Oca hacia el centro.
“En esa mañana del 17 de octubre - recuerda Arturo Jauretche - vino a
verme un dirigente de Lanús,Pedro Arnaldi, obrero de la construcción,
artesano especialista en chimeneas de casas-habitación. Serían las 9 y
30 de la mañana. Entra y me dice:
- Doctor, nos venimos todos al centro.
- ¿Quiénes?
“Nosotros, todos, los obreros, los bolicheros, la gente del barrio, los
maestros de escuela, todo el barrio se viene al centro. Porque ya no hay
más radicales, no hay más conservadores, no hay más socialistas. Hay
peronistas. La gente está con Perón y no hay más remedio. O Perón o la
oligarquía”.
- ¿Qué hago, doctor? -. Le dije:
-¡Agarrá la bandera y ponete al frente!...
Así empezó esa marcha increíble, gente que vino desde La Plata, columnas que venían a pie, desdé todos los ángulos...
Pedro Arnaldi, que movía treinta votos en Gerli, pasó el Puente Pueyrredón con su bandera al frente de diez mil almas...” (*2)
“Y en todas las provincias se producía el mismo fenómeno (...) Aquello
era el enfrentamiento entre la Argentina desconocida y la Argentina
conocida. El 17 de octubre fue una Fuenteovejuna, nadie y todos lo
hicieron. (*3)
A mitad de mañana, algunos grupos de trabajadores reclaman frente al
Hospital Militar. Exigen ver a Perón, quieren constatar que se encuentra
bien. Ante la insistencia, se les pide que designen cuatro delegados,
quienes logran ingresar al Hospital, pero finalmente la entrevista no es
autorizada.
Mientras, las radios informan que se está generalizando la huelga, no obstante que la CGT ha decidido el paro para el día 18.
Según las informaciones que se difunden, ya han parado los trabajadores
de Noel, Alpargatas, Dodero, Klockner, Cristalería Papini, Frigoríficos
de Zárate y de Berisso, líneas ferroviarias, a lo cual se agregan los
paros ya decididos desde días anteriores, en Tucumán, Chaco, Santa Fe,
Córdoba, Mendoza y San Juan.
La policía comunica, a su vez, que por la avenida Asamblea, en dirección
hacia la Av. La Plata, marcha un grupo de cuatrocientas personas, y que
en Bernardo de Irigoyen, avanza hacia Av. de Mayo una gran columna que
se estima en veinte mil trabajadores.
En Plaza Miserere se organiza una concentración numerosa que domina la calle Rivadavia y toma camino hacia el río.
Leopoldo Marechall recuerda así:
"Me llegó desde el Oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando
y cantando por la calle Rivadavia donde yo vivía; e! rumor fue creciendo y
agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular
y en seguida, su letra:
Yo te daré / te daré, patria hermosa / te daré una cosa / una cosa que
empieza con P / Perooooón. Y aquel “Perón” resonaba periódicamente como
un cañonazo.
Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que
avanzaba rumbo hacia la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé a los miles de
rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de
salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina
invisible que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni
amar a sus millones de caras concretas y que no bien la conocieron, les
dieron la espalda. Desde aquellas horas, me hice peronista. (*4)
Asimismo, a las 11, cuarenta empleados de la Corporación de Transportes
sacan los camiones y con banderas se dirigen hacia el Centro.
Al mediodía, la policía vuelve a dispersar a grupos de manifestantes que
se habían concentrado en Plaza de Mayo. Perdí gran parte de la
movilización que tomó rumbo ahora hacia Palermo, en busca del Hospital
Militar.
Por Las Heras, en dirección a Plaza Italia, una columna de varias
cuadras, que engrosa permanentemente, levanta cánticos y consignas
exigiendo la liberación del coronel Perón.
A la misma hora, dos sindicalistas ferroviarios, Florencio Soto y Juan
A. Caru obtienen autorización para una breve entrevista con Perón.
Apenas liberado, Mercante también concurre a entrevistarse con Perón,
con quien almuerza cambiando impresiones acerca de los sucesos en curso.
Los organismos de seguridad informan que “
desde el mediodía, una
marejada humana se volcó por diversas arterias en dirección al Hospital
Militar Central, al grito de -¡Perón!, ¡Perón!-. Luego se detuvieron
frente a ese nosocomio, condensándose allí el grueso de la columna y
desbordando hacia calles adyacentes”.
“Inesperadamente, enormes columnas de obreros comenzaban a llegar -
escribe Scalabrini Ortiz - Venían con su traje de fajina porque acudían
directamente desde las fábricas y talleres...
Eran rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con greñas al
aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de resto de brea,
de grasa, aceites. Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola
fé... Una pujante fé sacudía la entraña de la ciudad...(1) Venían de las
usinas de Puerto Nuevo, de los tambos de Chacarita y Villa Crespo, de
las manufacturas de San Martín y Vicente López. Las fundiciones y
acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de
Lanús, de Gerli y Avellaneda, o descendían de las Lomas de Zamora... Era
el subsuelo de la patria sublevado" (*6).A esa hora, FORJA ya ha dado
un comunicado en el que sostiene que “en el debate planteado en el seno
de la opinión, está perfectamente deslindado el campo entre la
oligarquía y el pueblo (...) y que, en consecuencia, expresa su decidido
apoyo a las masas trabajadoras que organizan la defensa de sus
conquistas sociales. Patria, Pan y Poder al Pueblo. (*8).
La policía informa que alrededor de dos mil personas marchan por la
calle Corrientes hacia el centro. En Plaza de Mayo son dispersados
grupos de manifestantes, siendo las 12 y 30. Una hora después, aparecen
nuevamente trabajadores en Plaza de Mayo, y resultan vanos los esfuerzos
policiales por despejar la zona.
Sin embargo, no se trata, a esa hora, de miles de concurrentes en la
plaza histórica, como se ha afirmado erróneamente más de una vez. La
concentración importante, en ese momento, se produce ante el Hospital
Militar, y recién después de las 15 crece la concentración popular en
Plaza de Mayo.
En esos momentos, el coronel Gemetro - devoto del orden - le sugiere a Ávalos:
“General, si a esa gente no la para la policía, lo podemos hacer nosotros con unos pocos hombres (...)”
“Quédese tranquilo, Gemetro, no va a pasar nada”
- contesta Ávalos -. “Todo lo que la gente quiere es ver a Perón, saber
que Perón está bien. Después se irán como vinieron” (*8).
La actividad comercial e industrial se halla paralizada desde las primeras horas de la mañana.
“Yo estaba en mi casa, en Santos lugares - recuerda Ernesto Sábato - No
había diarios, no había teléfonos, ni transportes. El silencio era un
silencio profundo, un silencio de muerte. Y yo pensé para mí: esto es
realmente una revolución. Era la primera vez en mi vida que asistía a un
hecho semejante. Por supuesto, había leído sobre revolución.(*16)...
Todos tenemos, en general, una idea literaria y escolar de lo que es una
convulsión de esa naturaleza. Pero es una idea literaria, sobre todo en
este país, donde la gente ilustrada se ha formado leyendo libros
preferentemente en francés. Y todavía hoy, ve con enorme simpatía, cada
vez que llega el 14 de julio, en las vitrinas de la embajada francesa,
en la calle Santa Fe, un descamisado tricolor tocando un bombo, rodeado
por otros descamisados que vociferan y llevan trapos y banderas.
“Era la primera vez en mi vida que asistía a un hecho semejante”.(Ernesto Sábato)
Todo eso les parece muy lindo y hasta de buen gusto, porque está en la
avenida Santa Fe, sin comprender que esos hombres allí representados
eran precisamente descamisados y que esa revolución, como todas, por
otra parte, fue sucia y estrepitosa, obra de hombres en alpargatas, que
golpeaban bombos y que seguramente también orinaron, como los
descamisados de Perón en la Plaza de Mayo, en alguna plaza histórica de
Francia (...)
A mí me conmueve el recuerdo de aquellos hombres y mujeres que habían
convergido sobre la Plaza de Mayo desde Avellaneda y Berisso, desde sus
fábricas para ofrecer su sangre por Perón.” (*9).
“Después del mediodía - testimonia Angel Perelman - la actitud de la
policía comenzó a cambiar. Lo notamos en los numerosos vigilantes que
perdían su aire de autoridad (...)
A las 15, vimos pasar un camión de Correos cargado de vigilantes que gritaban, ante nuestra sorpresa: -¡Viva Perón!
La policía había advertido que el orden ya no existía (...) que el poder
estaba repartido en varias manos.. La crisis del poder liberó los
verdaderos sentimientos de los agentes de la tropa, muchos de ellos
provincianos y con bajos sueldos. Desaparecida, en el curso de la
jornada, la presión jerárquica, los vigilantes se declararon peronistas.
(* 10)
Este cambio lo pueden comprender los poetas, finos buceadores de las
almas, salvo cuando están sometidos al dogma stalinista, como es el caso
de Raúl González Tuñón: (...)
Algo me chocó (en aquella multitud): un grito que jamás había oído, ni
en mi infancia, en las grandes concentraciones obreras, ni mucho
después, un grito que en los últimos tiempos nadie oyó jamás, no hubiera
podido oírse en la Semana Trágica, ni en la Patagonia de los
fusilamientos: los más exaltados gritaban, al pasar por donde se veían
sin intervenir para nada, a los agentes y oficiales policiales: -¡Viva
la policía!(*11)
Aproximadamente a las 15 y 30, alrededor de veinticinco sindicalistas
mantienen una reunión con Perón, en el Hospital Militar, a la que
asisten también el sacerdote Emilio Carreras, Fernando Estrada y Domingo
Mercante.
“Perón nos pidió que mantuviéramos la calma y realizáramos
las manifestaciones con cultura (...) y sin corte de agua, ni de
electricidad”. (*12).
Aunque algunos ensayistas otorgan poca importancia a esta entrevista, lo
cierto es que a partir de esa hora comienza a intensificarse la
afluencia de público hacia Plaza de Mayo.
Por diversas arterias, como cuando los ríos bajan por las montañas, como
pequeños hilos de agua, para confluir en torrentes indetenibles,
diversas columnas ganan el centro de la ciudad en dirección hacia la
plaza histórica”.
“La multitud tomaba los cables del trole de los tranvías - señala
Perelman -, los daba vuelta y el mótorman empezaba a manejar el vehículo
en dirección inversa. Los manifestantes subían entonces
atropelladamente al tranvía, lo ocupaban por entero y se encaramaban a
sus techos, mientras que los trabajadores que no habían podido meterse
en el vehículo hacían lo mismo con el ómnibus, camión o tranvía
siguientes. El sistema de transporte de Buenos Aires adquirió un orden
rígido: ese día funcionó en una sola dirección”. (*13).
En las primeras horas de la tarde, varias columnas confluyen en
Avellaneda, ante el puente ubicado en la unión de las calles Pavón y
Mitre. Era una muchedumbre de cincuenta mil personas - sostiene Cipriano
Reyes, uno de sus líderes -. Ahí estaban grandes contingentes del
frigorífico La Negra, encabezados por su secretario general Ángel
Yampolsky, de las fábricas de vidrio de Papini y otras empresas de
Temperley, Lomas, Lanús, etc., movilizados por los compañeros Vicente
Garófalo, José Calverio, Raúl Pedrera, Helio Mutis y Juan Rodríguez...
Pero - apenas pasadas las 16 - cuando la multitud se apresta a pasar,
las pasarelas del puente son levantadas para evitar su paso...
- Vamos por el ferrocarril - gritaron algunos.
-Vamos por el otro puente...
En esos momentos se produce un hecho insólito. A orillas del Riachuelo
hay pilas de maderas, troncos y palos de árboles, algunas canoas y
pequeños botes viejos abandonados: los más audaces manifestantes se
lanzan al agua abrazados con una mano a esos troncos y tablones, o
asidos a los bordes de los botes y remando con la otra mano, tratan de
cruzar a nado (...) Aquello fue un espectáculo maravilloso (...) (*14).
Esa tarde del 17 de octubre me tocó protagonizar un episodio
importante... Los puentes sobre el Riachuelo habían sido levantados...
Entre otros, Enrique Fontán y yo... solicitamos al teniente coronel
Benito, quien ocupaba las tres carteras del gobierno, que se bajaran los
puentes... Este consultó con el interventor, Gral. Francisco Sánez y al
rato regresó con la respuesta afirmativa... Después, supe que Benito
había sido compañero de Perón en el Ministerio de Guerra y que Sáenz
había formado parte del “GOU" (*15).
“Es un misterio quién subió el puente - declara Cipriano Reyes - y
quién lo bajó (...) Y cuando lo bajaron, pasamos, y del otro lado
estaban los cosacos, esperando con la caballería. Hubo una descarga
cerrada. Nos miramos: habían tirado al aire. Entonces, atropellamos.
Entonces, la policía dijo:
- Larguen, larguen, quién ataja esto - y se fueron... Nosotros seguimos por Montes de Oca y por otras calles. “ (*16).
“Pasamos como balazo - recuerda Juan Carlos Giadas - (...) y anduvimos
gritando y qué se yo (...) Era un enloquecimiento tremendo. Nos
abrazábamos y gritábamos como locos (...) fue muy lindo. Una muchedumbre
así, que estaba motivada, a medida que crece el entusiasmo se va
enloqueciendo cada vez más. Decíamos que había que dar la vida por Perón
y fue algo que emocionaba y contagiaba el sentimiento: mucha gente
lloraba (...) (*17).
Entre la gente más combativa de esa columna, se destaca María Roldán,
delegada de los trabajadores del frigorífico, quien rato antes había
dado un fervoroso discurso delante de la Casa de Gobierno de La Plata.
“
Era un espectáculo asombroso - recuerda José Enrique Miguens -. Buenos
Aires nunca había visto una cosa así. La ciudad, en esa época, era muy
formal en el vestir, todo el mundo en el centro andaba de saco y
corbata, con trajes de colores oscuros, y todos con sombrero o rancho, y
la gente grande alguna que otra gorra, de esas con alambre adentro que
le daban forma, pero nadie andaba con la cabeza descubierta. Hasta los
trabajadores y artesanos que caían al centro a hacer algún trabajo,
venían de saco y corbata para diferenciarse de los malevos haraganes que
con el saco usaban el lengue... Los sociólogos sabíamos que en los
últimos años se había concentrado más de un millón y medio de obreros
industriales en los alrededores de la Capital, pero eso era solo un
número, nadie los había visto.
Y de pronto comenzaban a aparecer desde todas las calles, muertos de
cansancio y de sed, arrastrando los pies, miles y miles de patéticos
personajes. Hombres y chicos en alpargatas, con la cabeza descubierta,
con pantalones muchos de ellos desflecados y camisas abiertas por el
calor, mujeres con chicos en brazos con camisolas largas sin ninguna
forma de vestido (...) Iban primero a la elegante fuente que adorna la
Plaza de Mayo a meter en el agua los pies destrozados por kilómetros de
caminata y después se iban tirando en el suelo, a descansar, en
cualquier lugar. (*18).
Hubo, sin embargo, quienes quedaron al margen de la movilización:
-
“Nosotros no participamos del 17 de octubre - recuerda, con pesar, un
dirigente gremial del Partido Comunista -.Los metalúrgicos que nosotros
controlábamos trabajaron... el 17 de octubre. No lo entendimos, no
seguimos a la masa y nos costó muy caro...” (*19)
“Según un periodista, se trata de algo más grave aun que la
desvinculación del movimiento de masas: “A las 13, el ministro de Marina
había rechazado un ofrecimiento de dirigentes comunistas para que
obreros armados de esa tendencia enfrentasen a los trabajadores
peronistas”. (*20)
“Por el Puente Uriburu, vieja barriada de Puente Alsina - vuelve a
recordar Cipriano Reyes -, entraban las huestes de los frigoríficos
Wilson y "La Blanca", organizados por los compañeros Enrique Dellabusca,
Francisco Díaz, Juan Chaín y Narciso Rodríguez... Por el puente Nicolás
Avellaneda ingresaban trabajadores de los frigoríficas, de Luz y Fuerza
y otros gremios organizados por los compañeros José Presta, José
García, Enrique Novoa y otros... Por el norte, llegaban las
concentraciones de Vicente López y Olivos que iban primero hacia el
Hospital Militar, con sus delegados y activistas como Hilario Salvo,
Federico Helweis, Ramón Montenegro y Víctor Visca” . (*21).
Uno que va al frente de una columna, lleva un letrero que dice: “Los
que estén con Perón, que se vengan al montón”, Desde otro lado, vocean:
“Piantate de la esquina, oligarca loco / que el pueblo no te quiere / y
Perón tampoco.” (*22).
El embajador inglés recuerda:
“En las primeras horas de la mañana del 17 de octubre los gerentes de
los ferrocarriles ingleses vinieron a decirme que se había declarado una
huelga espontánea, sin organizadores conocidos, en todos los
ferrocarriles, de modo que Buenos Aires estaba aislada. En la tarde de
ese día, decidí que era necesario ir a la Casa Rosada, para decirle al
único ministro que quedaba - el ministro de Marina - que debía asumir la
responsabilidad de proteger los ferrocarriles. Debo confesar que
asimismo me impulsaba una enorme curiosidad por saber qué estaba
pasando.
Al acercamos a la Casa Rosada, vimos que la plaza estaba atestada de
“descamisados”, alrededor de la Casa Rosada había un cordón de Policía
Montada, pero no hacían esfuerzo alguno por impedir el paso de la gente
ni se metían para nada con la multitud. El chofer quería retroceder y
tuve que insistir para que siguiera adelante a muy poca velocidad.
“Tal como lo había esperado, la multitud nos dio paso no bien vio la
bandera inglesa, contentándose con gritar en forma amistosa: -¡Viva
Perón! ¡Abajo Bramen”. (*23).
Esa insólita irrupción de los desconocidos deja perpleja y, al mismo tiempo, aterrorizada a la clase alta.
Blanca Luz Brum testimonia:
“
Las barriadas peronistas hasta entonces no habían conocido el centro
de la ciudad de Buenos Aires, las elegantes avenidas donde se aislaba la
soberbia aristocracia vacuna, la cual, detrás de aquellos muros, se
preguntaba aterrada: - y estos 'grasas', ¿son también argentinos? ¿Dónde
estaban? Nunca se habían visto antes... ¿De dónde viene esta chusma?”.
“Recuerdo muy bien el llamado de mi tía Chichita - testimonia Magdalena
Ruiz Guiñazú -. Vivía en la calle Lavalle, entre dos cines, muy cerca de
la Plaza de Mayo, y pensaba que la iban a matar. (*24).
Años después, un joven periodista se preguntaba: “
¿Cuántas veces en su
historia tuvo miedo nuestra oligarquía? Tal vez allá por el novecientos,
cuando conmovían al país las primeras huelgas generales y el coronel
Falcón caía despedazado por una bomba anarquista. Tal vez, en 1919,
cuando las calles de Buenos Aires recogieron la sangre de la Semana
Trágica. Pero fue siempre un miedo confiado, que no minaba aun la
sensación de seguridad en que vivía la vieja Argentina.
La agitación social tenía sus límites, fijados por una industrialización
aun incipiente y una clase obrera demasiado escasa para conmover los
cimientos del país. Lo que ocurría era preocupante, pero no desbordaba
las defensas policiales del sistema. Miedo de verdad era, en cambio, el
que había sobrecogido a las casas patricias aquel 17 de octubre. La
ciudad había sido invadida y domada por muchedumbres más temibles que el
rubio proletariado del Centenario. Y esta vez, misteriosamente, la
policía estaba con ellas. (*26).
El lenguaje frío de las estadísticas comprueba ese miedo: la cantidad de
suicidios producidos en la clase alta, en la ciudad de Buenos Aires,
alcanza - entre 1936 y 1945 - un promedio de veinticinco por año,
mientras que la cifra correspondiente a este año del 17 de octubre
alcanza a treinta y siete, es decir, un 50 % mayor. ¿Cómo no habrían de
estremecerse, entonces, los poetas exquisitos?
“
Usted no sabe lo que fue eso, horrible. Algo tremendo, opina Borges en
una ocasión (*27). Y en otra, comenta: Yo estaba avergonzado e
indignado. Eso es, indignado y avergonzado”. (*28).
“Era un sector numeroso del pueblo, el de los resentidos, el de los
irrespetuosos - escribirá Ezequiel Martínez Estrada -, individuos sin
nobleza... turba... populacho... horda... recogida con minuciosidad del
hurgador en los tachas de basura, residuos sociales... hez de nuestra
sociedad... chusma... pueblo miserable de descamisados y grasitas,
desdichado pueblo que ha perdido el respeto... nuevo tipo étnico de -
cabecitas negras y peloduro”. (*29).
“Ese día, me encontraba en un domicilio privado - relata el socialista
América Ghioldi -, siguiendo los acontecimientos que habían sido
desencadenados desde arriba. Comprendí entonces que se iniciaba un largo
y doloroso período, que quienes habían planeado lo que se llamaba - la
revolución en el Ejército - habían logrado desencadenar un movimiento de
masas que acompañaría a la dictadura. Con el caer de la tarde, la
tristeza me dominó. (*30).
Un sindicalista del mismo partido, Francisco Pérez Leirós, señala:
“estaba en París representando a los trabajadores libres de la
Argentina... Si hubiera estado en Buenos Aires, hubiera propuesto un
paro general contra los totalitarios... Claro que sí, contra Perón,
mejor, contra el peronismo.(*31).
-¿Cómo? - se preguntaban los figurones de la oligarquía, azorados y
ensombrecidos -, ¿pero es que los obreros no eran esos gremialistas
juiciosos a quienes Juan B. Justo había adoctrinado sobre las ventajas
de comprar porotos en las cooperativas?, dirá cáusticamente, años más
tarde, Jorge Abelardo Ramos (*32).
La escritora María Rosa Oliver muestra asombro ante ese mundo ignorado:
-A
las tres de la tarde, mientras esperaba un taxi frente al Plaza
Hotel, ví llegar gente que formaba un largo pero raleado desfile. No
solo por los bombos, platillos, triángulos y otros improvisados
instrumentos de percusión que, de trecho en trecho, los preceden, me
recuerdan las murgas de carnaval, sino también por su indumentaria:
parecen disfrazados de menesterosos. Me pregunto de qué suburbio alejado
provienen esos hombres y mujeres casi harapientos, muchos de ellos con
vinchas que, como a los indios de los malones, les ciñen la frente, y
casi todos desgreñados. O será que el día gris y pesado, o una urgente
convocatoria, les ha impedido a estos trabajadores tomarse el tiempo de
salir a la calle bien entrazados y bien peinados, como es su costumbre. O
habrán surgido de ámbitos cuya existencia yo desconozco.
Su paso un tanto lento denota que ya han caminado mucho. También parecen algo cansadas las voces que vivan a Perón. (*33).
Sin embargo, a pesar de! pánico de los privilegiados, - lo que movilizó
a aquellas masas hacia Perón no fue el resentimiento, fue la esperanza
(...)
No rompieron una vidriera y su mayor crimen fue lavarse los pies
en la Plaza de Mayo, provocando la indignación de la señora de Oyuela,
rodeada de artefactos sanitarios. (* 34).
“En aquella marcha - señala Blanca Luz Brum - no recuerdo haber visto
rostros que reflejaran odio ni venganzas era la verdadera fiesta del
alma de las multitudes, con un sentido profundo y sereno de justicia:
obtener la liberación de su líder”. (*35).
Con gran honestidad y lucidez, una mujer de la clase alta escribe:
“
Era la turba tan temida. Era - pensábamos - la gente descontenta (...)
¡Y cómo no había de estarlo? Con el antiguo temor, nuestro primer
impulso fue el de cerrar los balcones. Pero al asomamos a la calle,
quedábamos en suspenso... Pues he aquí que estas turbas se presentaban a
nuestros ojos como trocadas por una milagrosa transformación. Su
aspecto era bonachón y tranquilo. No había caras hostiles, ni puños
levantados... No se pedía la cabeza de nadie. Solo querían ver y oír al
que consideraban su jefe. Exigían, tal vez, la prolongación de ese poco
de justicia social que la clase trabajadora creía haber hallado en él.
(*36).
Mientras, en un piso alto del Hospital Militar, Juan, en pijama, recibe
información de lo que ocurre y espera el desarrollo de los
acontecimientos. Desde la ventana, ha apreciado la importancia y el
fervor de los trabajadores que rodean el nosocomio.
Sabe, asimismo, que la marea popular tiende a trasladarse hacia Plaza de
Mayo al difundirse rumores acerca de su probable presencia en Casa de
Gobierno.
Conoce, también, por diversos camaradas que se han acercado a verlo cuál
es el estado de opinión en el Ejército, especialmente en el interior
del país e incluso en Campo de Mayo, donde la gran mayoría de los
oficiales nacionalistas lo ven ahora con simpatía, como el único jefe
que puede impedir la vuelta a la época oligárquica, esa vuelta de los
viejos regiminosos, de la mano de Juan Álvarez, facilitada por la
estupidez de Ávalos... Pero aun no es la hora, piensa Juan.
Esta táctica paciente es aceptada por los hombres más experimentados,
pero impugnada, en cambio, por otros más impulsivos. Por ejemplo, el
padre Hernán Benítez: “
Hasta mediodía me la pasé azuzando a los
muchachos en la calle para la patriada de la noche. Desde mediodía en
adelante traté con muchos peronistas de la primera hora - casi todos
pateados después por Perón - de persuadir a este de que el levantamiento
del pueblo estaba apoyado por otro levantamiento de los cuarteles, de
esa misma tarde, contra Avalos.
Tratábamos de que, convencido Perón de esos dos levantamientos, el
popular y el militar, se levantara él también. Fue levantar a Perón lo
que más nos costó aquella tarde. Porque Perón no es Fidel Castro. Fidel
Castro lleva. A Perón hay que llevarlo” (*37) .
Han pasado ya las 16, cuando, ante el crecimiento de la concentración
popular, el presidente Farrell envía a algunas personas de su confianza
para que conversen con Perón y busquen la salida a la crisis, entre
ellos el brigadier Bartolomé de la Colina y el general Pistarini.
Asimismo, Armando Antille, radical yrigoyenista que viene colaborando
con el gobierno militar, se convierte en uno de los hombres de mayor
confianza de Farrell para llegar a un entendimiento con Perón.
En el Hospital Militar, “
estábamos allí con él -testimonia Lucero-, sus
amigos de las buenas y malas horas, los que siempre hemos comprendido el
significado del honor y el alcance de su patriótica misión”.
El general Tanco rememora, a su vez: “
En un momento estábamos Quijano,
Velazco, Antille, Pistarini, De la Colina, Benítez, Lucero, Molina,
Uriondo, Herrera y yo; la gente entraba y salía, también estaba el
doctor Mazza y algunos que no recuerdo: Le transmitimos las
informaciones que teníamos, le hicimos conocer nuestra emoción y la
seguridad de que la situación estaba dominada.
Las llamadas desde la Casa de Gobierno se sucedían. Farrell quería
calmar a la muchedumbre. En determinado momento, Perón, volviéndose
hacia mí, me preguntó:
-“¿Hay mucha gente? ¿Realmente, hay mucha gente, che?”.
“Nunca me había tuteado. Pero su creciente entusiasmo se comenzaba a apreciar en su cambio físico y espiritual. (*39).
Por su parte, el general Avalos intenta dirigirse al público congregado
en la plaza,
pero el griterío de los manifestantes lo disuade del intento. Poco
después de las 17, Avalos acepta que Mercante intente tranquilizar a la
multitud. Este toma el micrófono y anuncia:“
Ya va a hablar el señor
ministro de Guerra”.
La respuesta de la plaza es contundente:
-¡Queremos a Perón! ¡Queremos a Perón! (*40).
La rechifla generalizada frustra el intento. Minutos después, Eduardo
Colom, el director de La Época, obtiene autorización del Gral. Avalos
para dirigirse a la muchedumbre, con el encargo de intentar su
desconcentración.
Colom pronuncia unas pocas palabras ante el griterío general y
comprendiendo que será inútil intentar disuadirlos, les anuncia a los
trabajadores que Perón estará libre muy pronto y que él mismo irá a
buscarlo al Hospital Militar, para lo cual se retira del balcón, ante el
ceño adusto de Ávalos.
A medida que transcurre el tiempo, este general va comprendiendo que los
trabajadores se han adueñado de la plaza, no quieren escuchar a nadie
que no sea Perón, están dispuestos a mantener la huelga general y a
quedarse allí todo el tiempo que sea necesario hasta que aparezca el
coronel.
“Era el cimiento básico de la nación que asoma, como asoman las épocas
pretéritas de la tierra, en la conmoción del terremoto. Era el substrato
de nuestra idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí
presente, en su primordialidad, sin reatos y sin disimulo. Era el de
nadie y el sin nada, en una multiplicidad casi infinita de gamas y
matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo
impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía
(...) Eran los hombres que están solos y esperan, que iniciaban su tarea
de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca
creí verlo”. (* 41).
(Raúl Scalabrini Ortiz)
“No puedo olvidar, personalmente, el rostro jubiloso de Nicolás Olivari,
en Plaza de Mayo, el 17 de octubre de 1945, confundido entre los demás
rostros eufóricos y anónimos del pueblo. (* 42).
"Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía
que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba
suavemente como la brisa fresca del río”. (* 43).
“Ya se hacía evidente que el gobierno quería parlamentar con Perón -
testimonia el capitán Russo - Recuerdo que entonces Perón me dijo
textualmente: “Ha llegado el momento de aprovechar la debilidad del
enemigo” (* 44 ).
Hacia el atardecer, Antille mantiene una conversación con Farrell en la
Casa de Gobierno y vuelve al Hospital Militar, acompañado de Hortensio
Quijano y el comodoro Edmundo Sustaita.
Allí acuerdan con Perón que el Gral. Ávalos se traslade al Hospital
Militar. Rato más tarde, Perón y Ávalos vuelven a conversar, después del
gravísimo desencuentro suscitado entre ambos. Presumiblemente, el jefe
de Campo de Mayo busca alguna excusa para explicar su desafortunada
conducta y, asimismo, informa acerca de los últimos cambios operados en
la guarnición de Campo de Mayo. Perón rememora que, en esa oportunidad:
“Ávalos me expresó sus deseos de que yo hablara al pueblo para calmarlo
e instarlo a que se retirara de la Plaza de Mayo”. (*45).
Los vespertinos de ese día 17 - con excepción de La Época - expresan a
los viejos intereses dominantes. La Razón informa que “numerosos grupos,
en abierta rebeldía, paralizaron, en la zona sur, los transportes, y
obligaron a cerrar fábricas, uniéndose luego en manifestación”.
Publíca, asimismo, una declaración del Partido Comunista de la provincia
de Buenos Aires, donde se denuncian
“Los desmanes de elementos peronistas de Cipriano Reyes y demás
aventureros a sueldo de la Secretaría de Trabajo, que en bandas armadas
han ido provocando a la población y obligando a los obreros a hacer
abandono de sus trabajos. Tales hechos han sido denunciados al ministro
de! Interior general Ávalos por este comité” (* 46).
En cambio, un dirigente comunista - Juan José Real - testimonia que el
día 17 estuvo frente a puente Barracas con el obrero metalúrgico Ángel
Ghersi:
“Estaban allí, contemplando la puja de los obreros por pasar el puente,
un grupo de intelectuales. Uno de ellos, médico de algún renombre, dijo:
”Esto se arregla con un par de ametralladoras”.
Arrebatado de indignación, mi amigo exclamó: “ Eso no, compañero. ¡Eso
nunca!”. Regresamos y durante el resto del día y del día siguiente, mi
amigo y camarada guardó silencio. ¡Estábamos del otro lado de la
barricada! (*47).
Después, agrega: “El pensamiento socialista había quedado paralizado. Al
principio, vio en aquella muchedumbre bandas de desclasados, luego a
una juventud obrera inexperta, arrastrada por un demagogo diabólicamente
hábil (...) Cuando luego de algunos años intenté, débil y aun
confusamente, rectificar esos juicios, fui expulsado del Partido
Comunista. (*48).
Por su parte, Crítica aparece con grandes titulares, tipo catástrofe:
“Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino
tratan de intimidar a la población”. (* 49). Más abajo, comenta: “En
varias zonas de Buenos Aires, los grupos peronianos cometieron sabotaje y
desmanes” (* 50) .
Ya es de noche cuando Ávalos regresa a la Casa Rosada. Angustiosos
cabildeos configuran el cuadro de ese grupo de uniformados, entre los
cuales se mueven algunos civiles, que vanamente intentan tranquilizar a
la inmensa masa humana que ruge frente a ellos y que desatiende sus
llamamientos.
El reclamo prosigue incesante: “¡Queremos a Perón! ¡Queremos a Perón!”
Eduardo Colom testimonia: “En el balcón grande, donde estaban Ávalos,
Vernengo Lima, Farrell y otros militares, el ministro de Guerra trató de
hablar a la gente, pero Vernengo Lima le dijo: - Está cometiendo una
grave error, esto hay que disolverlo a balazos y va a ser difícil, hay
mucha gente.
Avalos le respondió: -Que decida el general Farrell si se va a hacer fuego o no contra la multitud.-
El general Farell afirmó que él no va a tirar contra el pueblo. El
ministro de Marina insistió, explicando que las ametralladoras están en
el techo: - Si tiramos al aire, se van a ir. Pero el Presidente se
mantuvo inconmovible: - No, señor. No se hace ningún disparo. La gente
puede morir por el pánico. Yo no autorizo nada. (* 51).
Alrededor de las 21, en momentos en que e poder de Avalos y Vernengo
Lima se está derrumbando, llega a la Casa de Gobierno el Dr. Juan
Álvarez, con el listado de los hombres de doble apellido con quienes ha
conformado el gabinete. Esta vez la oligarquía ha llegado demasiado
tarde a la cita con la historia.
Antille, según una versión (Coloffi, según otra) ya ha salido hacia
Palermo, enviado por Farrell, para requerir de Perón cuáles serían las
condiciones para restablecer la normalidad y desconcentrar a los
manifestantes. Desde el Hospital Militar, el coronel, en pijama, impone
ahora condiciones:
“Primero, que Vernengo Lima se mande a mudar; segundo, que la Jefatura
de Policía la ocupe Velazco; tercero, que lo busquen a Pantín y lo
pongan al frente de las fuerzas de mar, y que Lucero se haga cargo del
Ministerio de Guerra. Además, hay que traer inmediatamente a
Urdapilleta, que está en Salta, para que se haga cargo del Ministerio
del Interior. Esas son mis condiciones. (*52).
Los emisarios de Farrell vuelven a Casa de Gobierno con esta respuesta,
decidiéndose una reunión entre Perón y Farrell, un rato después, a
realizarse en la residencia presidencial. Al mismo tiempo, los
altoparlantes anuncian a la multitud que aproximadamente a las 23, el
coronel Perón dirigirá la palabra al pueblo.
Así, mientras el Presidente abandona la Casa de Gobierno para dirigirse a
la residencia, Juan (después de hablar por teléfono con Eva, según
señala Luna) se viste con ropa de civil y acompañado de dos ayudantes
militares y del Dr. Mazza, sale del Hospital Militar por una puerta
trasera. Todos ellos suben a un automóvil que pasa a manejar el Dr.
Mazza, y se encaminan hacia el encuentro con el general Farrell.
Esta reunión la relata Perón de la siguiente manera, aunque erróneamente la sitúa en la Casa de Gobierno:
Me dijo Farrell:
-Bueno, Perón, ¿qué pasa?-.
Yo le contesté: Mi General, lo que hay que hacer es llamar a elecciones
de una vez. ¿Que están esperando? Convocar a elecciones y que las
fuerzas políticas se lancen a la lucha...
-Eso está listo -me contestó- y no va a haber problemas-.
- Bueno, entonces me voy a mi casa...
-¡No, déjese de joder! - me dijo y me agarró de la mano -. Esa gente
está exacerbada, nos van a quemar la Casa de Gobierno. (* 53).
Mientras Farrell y Perón conversan en la residencia presidencial,
Vernengo Lima se aleja precipitadamente de la Casa de Gobierno con la
intención de declarar en rebeldía a la Armada. Juzga que el Gral. Ávalos
lo acompañará en la intentona y, según un testigo, se despide de él con
estas palabras: “Hágase fuerte, mi general, que yo lo haré con la
escuadra” (...*54). Pero Ávalos no se halla dispuesto a seguirlo. Se
considera vencido y, rato después, al cruzarse con un periodista que le
pregunta: “¿Cómo le va general?”, contesta secamente: “¡Y como quiere
que me vaya¡ ¡Como la mierda!” (* 55).
Aproximadamente a las 23, Farrell y Perón ingresan a la Casa Rosada. “Venga, hable - me dijo Farell” -, recuerda Perón.
Minutos después, Juan ingresa al balcón y se abre ante su mirada un
espectáculo majestuoso mientras una ovación atronadora saluda su
presencia. En la noche de Buenos Aires, una inmensa muchedumbre (que
algunos estiman en trescientos mil, otros en quinientos mil y el diario
La Época en un millón de personas) vibra coreando su nombre:
-¡Perooooón!, ¡Perooooón!.
Los diarios encendidos a manera de antorchas resplandecen sobre la
negrura nocturna celebrando la victoria. La algarabía popular es
indescriptible y esa marea humana proclama una y otra vez:
-¡Ar-gen-ti-na! ¡Ar-gen-ti-na!. Farrell y Perón se abrazan, produciendo
un nuevo estallido de júbilo popular.
El Presidente intenta vanamente dirigirse a los manifestantes, pero el
impresionante griterío no se lo permite. Finalmente, aprovecha un
momento de silencio para decir:
“Trabajadores, les hablo otra vez con la profunda emoción que puede
sentir el Presidente de la Nación ante una multitud de trabajadores como
es esta, que se ha congregado hoy en la plaza. Otra vez está junto a
ustedes el hombre que por su dedicación y empeño ha sabido ganar el
corazón de todos: el coronel Perón”.
Quiere proseguir pero otra vez los cánticos y los gritos se lo impiden.
El júbilo es indescriptible y después de tantas horas de espera, de
tantos kilómetros recorridos, los trabajadores quieren prolongar ese
momento de triunfo. Ellos son los protagonistas fundamentales de esa
jornada histórica, de ellos es ese 17 de octubre y no hay títulos ni
jerarquías mayores que la voluntad del pueblo... Recién minutos después,
el Gral. Farrell puede agregar que el gobierno no será entregado a la
Corte Suprema, que ha renunciado todo el gabinete y que el coronel
Mercante será designado secretario de Trabajo y Previsión. (*56).
Profundamente conmovido, Juan se acerca al micrófono. Él mismo dirá,
años después, que era tan fuerte la emoción que lo embargaba ante esa
inmensa masa humana que aclamaba su nombre, que no sabía cómo armar su
discurso:
“Imagínese, ni sabía lo que iba a decir . Tuve que pedir que cantaran el
himno, ¡para poder armar un poco las ideas! (*57). Habían ocurrido
muchas cosas desde el día en que renuncié a todo cargo gubernativo, la
prisión en Martín García y ese momento en que estaba en el balcón de la
Casa Rosada, frente a una impresionante multitud de humildes hombres y
mujeres, que aguardaban desde la mañana a que yo apareciese. ¡Ahí
estábamos el Pueblo y yo, frente a frente! El Pueblo era todo oídos y yo
tenía que ser la voz. Me asaltaban muchas dudas. ¿Qué decir? Detrás de
mí, muy próximos a mí, todavía, la prisión, la amargura que provocan las
defecciones, actitudes mezquinas propias de pequeños hombres, y ante mí
estaba la presencia física de la única y verdadera soberanía: la del
Pueblo. Y el Pueblo quería saber. Yo comprendía que la circunstancia era
histórica. Una torpeza podría convertida en una anécdota fugaz o en un
episodio indigno de sus motivaciones profundas. Fue entonces cuando la
intuición vino en mi ayuda: tenía que pedir al pueblo que, previo a
todo, entonase las estrofas del Himno Nacional. Fue un coro
impresionante por el número de personas y por su solemnidad. La canción
patria me centró, me colocó en el exacto lugar del momento en que
vivíamos, para decir la palabra precisa, el pensamiento justo. Y hablé.
¡Ese discurso fue el mejor que yo haya pronunciado en toda mi vida!
(*58).
-¡Trabajadores! Hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije
que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un
patriota y la de ser el primer trabajador argentino.”
Una larguísima ovación interrumpe su discurso. Cánticos y consignas le
impiden continuar. Recién después de unos minutos, retama la palabra:
“Hoy, a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro
del servicio activo del Ejército. Con ello, he renunciado
voluntariamente al más insigne honor a que puede aspirar un soldado:
llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Lo he hecho porque
quiero seguir siendo el coronel Perón y ponerme, con este nombre, al
servicio integral del auténtico pueblo argentino”.
Nuevas aclamaciones lo obligan a suspender el discurso, para retomarlo de este modo:
“Dejo, pues, el honroso y sagrado uniforme que me entregó la patria,
para vestir la casaca del civil y mezclarme con esa masa sufriente y
sudorosa que elabora en el trabajo la grandeza del país”.
Los cánticos populares se reproducen y él debe esperar nuevamente:
“Con esto doy mi abrazo final a esa institución que es el puntal de la
patria: el Ejército. Y doy también el primer abrazo a esta masa inmensa
que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la
República: la verdadera civilidad del pueblo argentino.
Esto es pueblo; esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de
la madre tierra, al que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la patria,
el mismo que en esta histórica plaza, pidió frente al Cabildo que se
respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser
inmortal porque no habrá perfidia, ni maldad humana, que pueda someter a
esta masa grandiosa en sentimiento y en número.
Esta es la verdadera fiesta de la democracia, representada por un
pueblo que marcha a pie durante horas para llegar a pedir a sus
funcionarios que cumplan con el deber de respetar sus auténticos
derechos”.
Esta referencia hace brotar la pregunta, pues los trabajadores ignoran las vicisitudes sufridas por Perón en la última semana:
“¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?”
Juan soslaya toda respuesta - que resultaría comprometedora para quien
se halla a su lado, Farrell, y otros jefes militares - y prosigue:
“Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he
sentido una enorme satisfacción, pero desde hoy sentiré un verdadero
orgullo de argentino porque interpreto este movimiento colectivo como el
renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que
puede hacer grande e inmortal a la Nación.
Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo
por el que yo sacrificaba mis horas de día y de noche, habría de
traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no
engaña a quien no lo traiciona. Por eso, señores, quiero en esta
oportunidad, como simple ciudadano, mezclado en esta masa sudorosa,
estrechar profundamente a todos contra mi corazón, como lo podría hacer
con mi madre.
Desde esta hora, que será histórica para la República, que sea el
coronel Perón el vínculo de unión que haga indestructible la hermandad
entre el pueblo, el ejército y la policía, que sea esta unión eterna e
infinita para que este pueblo crezca en esa unidad espiritual de las
verdaderas y auténticas fuerzas de la nacionalidad y del orden, que esa
unidad sea indestructible e infinita para que nuestro pueblo no
solamente posea la felicidad, sino también para defenderla dignamente.
Esa unidad la sentimos los verdaderos patriotas, porque amar a la patria
no es amar sus campos y sus casas, sino amar a nuestros hermanos. Esa
unidad, base de toda felicidad futura, ha de fundarse en un estrato
formidable de este pueblo, que al mostrarse hoy en esta plaza, en número
que pasa del medio millón, está indicando al mundo su grandeza
espiritual y material.
Nuevamente, se reproduce la pregunta: “¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?”.
Él nuevamente esquiva la respuesta: “Preguntan ustedes dónde estuve.
Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil veces por ustedes... No
quiero terminar sin enviar un recuerdo cariñoso y fraternal a nuestros
hermanos del interior que se mueven y palpitan al unísono con nuestros
corazones en todas las extensiones de la patria. A ellos, que
representan el dolor de la tierra, vaya nuestro cariño, nuestro recuerdo
y nuestra promesa de que en el futuro hemos de trabajar a sol y a
sombra para que sean menos desgraciados y puedan disfrutar mejor de la
vida.
Ante los nuevos reclamos de que explique qué le ocurrió en los últimos días, intenta concluir el discurso:
“Y ahora, como siempre, de vuestro secretario de Trabajo y Previsión
que fue y que seguirá luchando a vuestro lado por ver coronada la obra
que es la ambición de mi vida, la expresión de mi anhelo de que todos
los trabajadores sean un poquito más felices”.
Pero la multitud insiste:
-¿Dónde estuvo?
Entonces, responde: “Señores: ante tanta insistencia, les pido que no me
pregunten ni me recuerden cuestiones que yo ya he olvidado, porque los
hombres que no son capaces de olvidar no merecen ser queridos ni
respetados por sus semejantes. Y yo aspiro a ser querido por ustedes y
no quiero empañar este acto con ningún mal recuerdo” .
Luego, afirma:
“Ha llegado ahora el momento del consejo. Trabajadores: únanse; sean
hoy más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de
levantarse en esta hermosa tierra la unidad de todos los argentinos.
Diariamente iremos incorporando a esta enorme masa en movimiento a todos
los díscolos y descontentos para que, junto con nosotros, se confundan
en esta masa hermosa y patriota que constituyen ustedes. Pido también a
todos los trabajadores que reciban con cariño mi inmenso agradecimiento
por las preocupaciones que han tenido por este humilde hombre que les
habla. Por eso, les dije hace un momento que los abrazaba como abrazaría
a mi madre, porque ustedes han tenido por mí los mismos pensamientos y
los mismos dolores que mi pobre vieja habrá sufrido en estos días.
Confiemos en que los días que vengan sean de paz y de construcción para
el país. Mantengan la tranquilidad con que siempre han esperado aun las
mejoras que nunca llegaban. Tengamos fe en el porvenir y en que las
nuevas autoridades han de encaminar la nave del Estado hacia los
destinos que aspiramos todos nosotros, simples ciudadanos a su servicio.
Sé que se han anunciado movimientos obreros. En este momento ya no
existe ninguna causa para ello. Por eso les pido, como un hermano mayor,
que retornen tranquilos a su trabajo. Y por esta única vez, ya que
nunca lo pude decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido que
realicen el día de paro festejando la gloria de esta reunión de hombres
de bien y de trabajo, que son la esperanza más pura y más cara de la
patria”.
Otra explosión popular saluda la aprobación dada por el coronel al
merecido descanso del día siguiente y desde algunos manifestantes surge
la ocurrencia, que será coreada luego por todos:
“¡Mañana es San Perón! ¡Mañana es San Perón!”...
“He dejado deliberadamente para el último recomendarles que al abandonar
esta magnífica asamblea lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que
ustedes, obreros, tienen el deber de proteger aquí y en la vida a las
numerosas mujeres obreras que aquí están. Finalmente, les pido que
tengan presente que necesito un descanso, que me tomaré en Chubut para
reponer fuerzas y volver a luchar codo con codo con ustedes, hasta
quedar exhausto, si es preciso”. (* 59).
Hace un silencio y después de acariciar con la mirada a la inmensa multitud, se despide con estas palabras:
-“Y ahora, para compensar los días de sufrimiento que he vivido, yo
quiero pedirles que se queden en esta plaza, quince minutos más, para
llevar en mi retina el espectáculo grandioso que ofrece el pueblo desde
aquí”. 60.
Al rato, la imponente concentración comienza lentamente a dispersarse.
La jornada ha sido dura y fatigosa, pero “mañana es San Perón y se va a
cumplir el paro dispuesto por la CGT, aunque ahora a manera de festejo
pues el objetivo ya se ha logrado: los trabajadores han irrumpido
tumultuosamente en el escenario político y han liberado al coronel,
quebrando la fuerza de la oligarquía.
Ahora, las elecciones le abren a Perón el camino al poder.
Sin embargo, si la presencia multitudinaria de los trabajadores ha
cubierto el escenario político, no es menos importante lo que ha
ocurrido ese mismo día, entre bambalinas. Perón no solo se ha recostado
en la fuerza popular, sino también en sus camaradas que conforman esa
ala nacional del Ejército que se ha venido batiendo exitosamente tanto
contra los liberales (hombres del justismo, Anaya, Omstein y otros) como
contra los nacionalistas (grupo Perlinger). Son ellos Mercante, Lucero,
Sosa Molina, Urdapilleta, Mugica, Velazco y tantos otros, quienes han
sostenido su política social desde 1943 y quienes han jugado dura
pulseada contra la Marina y los sectores pro oligárquicos de la propia
fuerza.
Y de ellos provienen las acciones concretadas ese mismo 17 de octubre
para asegurar que el poder que se expresa en la plaza histórica se
manifieste también en los cuarteles.
En horas de la tarde, su amigo Velazco, con el apoyo del coronel José
Domingo Molina, controlaron la Jefatura de Policía, que ya venían
manejando de hecho desde esa misma mañana, desplazando a Mittelbach.
Horas más tarde, el coronel Carlos Mugica y otros oficiales dominan el 3
de Infantería, ubicado en Pichincha y Garay, pasando a controlar
asimismo otras fuerzas adyacentes: el Arsenal de Guerra y la Escuela de
Mecánica del Ejército, donde tienen el apoyo de oficiales adictos a
Velazco. “El coronel Mugica - recuerda Lucero -, en un acto de audacia
superior, propio de su recia personalidad, tomó preso al jefe del
Regimiento 3 de Infantería y asumió el comando de la unidad”. (*61)
Poco después, Mugica - al arrestar al Gral. Santos Rossi - se convierte
en comandante de Primera División del Ejército, que comprende los
regimientos 1,2 y 3, del área metropolitana. En la noche, Pistarini y
Lucero se hacen cargo del Ministerio de Guerra.
El posterior relevo de Vernengo Lima por Pantín y la asunción del
Ministerio de Guerra por Molina conforman, en la órbita militar, la otra
cara del triunfo político logrado cor movilización popular.
Para una correcta interpretación del peronismo, es preciso evitar las
idealizaciones categorizar de la manera más acertada su naturaleza
histórica, pues de otra manera mayor parte de su historia resultará muy
difícil de comprender.
No estamos en presencia de una fuerza clasista, socialista o proletaria pura que apunta a instaurar el socialismo.
Tampoco se trata del tan meneado fascismo dirigido a evitar una
supuesta revolución social a cargo de una izquierda que se abrazaba con
los terratenientes y el embajador norteamericano.
Apoyado, por una parte, en los trabajadores, y por otra, en un sector
nacional del Ejército, Perón, incorporando asimismo a algunos sectores
del empresariado nativo lidera un frente de liberación nacional que
enfrenta a la alianza establecida por la vieja clase dominante con el
imperialismo, apoyada por amplios sectores de la clase media, la Marina y
una parte del Ejército.
Esta distribución de las clases sociales no debe sorprender tratándose
de un país semicolonial que desde hace varias décadas se halla
subordinado como economía complementaria del imperialismo inglés, al
cual abastece de alimentos baratos y al cual entrega su mercado interno.
Suponer que en un país de ese tipo la contradicción principal está dada
por el enfrentamiento proletariado-burguesía constituye una
caricaturización del marxismo y el desconocimiento de todo cuanto
sostuvieron Lenin y Trotsky acerca de la cuestión nacional. O lo que es
lo mismo, trasladar mecánicamente la lucha de clases, tal cual se daba
en los países capitalistas desarrollados con cuestión nacional resuelta,
a países donde esa tarea histórica no se halla cumplida, como lo
advertía incluso Marx, en el Manifiesto Comunista, al fustigar al
llamado socialismo verdadero, que, con su sonsonete antiburgués,
concluía apoyando a los nobles y terratenientes del viejo régimen.
Esa misma noche del 17 de octubre, las fuerzas en pugna quedan así
alineadas, de modo tal que podrían resumirse en la alternativa que
resumen las consignas: Perón o Braden; mate sí, whisky no; liberación o
dependencia.
Y la lucha no da tregua: en la madrugada, el almirante Vernengo Lima
intenta convencer a Ávalos de que todavía es posible insurreccionarse
para cerrar el camino a los proyectos del coronel, mientras este, con
algunos amigos y en la compañía de Eva, en el departamento de la calle
Posadas, analiza de qué modo construir la herramienta política para
presentarse a la puja electoral. A esa misma hora, en el interior del
país, importantes concentraciones de trabajadores (especialmente en
Rosario, Tucumán, Córdoba y Mendoza) se dispersan en orden con la
alegría del triunfo.
Así ocurre también en Buenos Aires, pero el odio riega de sangre las
primeras horas del día 18 cuando una manifestación peronista es
tiroreada desde adentro del diario Crítica, provocando dos muertos:
Darwin Passaponti y Francisco Ramos.
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EL SIGNIFICADO DEL 17 DE OCTUBRE
“El país ya era otro país y no quisieron entenderlo” , señala Arturo Jauretche refiriéndose a los viejos partidos políticos.
Y agrega: “
La nueva realidad no cabía ni en el sindicalismo, ni en los
partidos políticos preexistentes... El 17 de octubre, más que
representar la victoria de una clase, es la presencia del nuevo país con
su vanguardia más combatiente y que más pronto tomó contacto con la
realidad propia... Lo viejo no comprendía al país nuevo, tampoco se dio
cuenta que ya no podía representar la dirección del país y mientras
discutía sus rivalidades, el nuevo actor tomó posesión del escenario”.
(*62).
¿Cuál es ese “nuevo país” al que se refiere Arturo Jauretche? Puede
afirmarse, como ya se ha señalado apelando a Pirandello, que desde 1935,
en la Argentina, se mueven varios personajes en busca de un autor. Por
un lado, sectores del Ejército que ya no están dispuestos a continuar
actuando como custodios de la usurpación y la entrega oligárquicas, que
abominan de los ingleses y que, en el caso de algunos militares,
sustentan una clara posición industrialista. Por otro, los trabajadores
que se han ido nucleando en las nuevas fábricas del Gran Buenos Aires,
provenientes en general del interior desvalido, resueltos a conseguir
mejores salarios y mejores condiciones de trabajo, en esa Argentina
industrial que va emergiendo.
También los empresarios nuevos, en general, hijos de la inmigración y
titulares de capitales nacionales, a quienes interesa un mercado interno
en expansión, protegido de la competencia extranjera. Asimismo,
sectores de clase media pobre del interior del país, pequeños
productores y comerciantes de economías devastadas, como también ese
mundo de sub ocupados que ambula de cosecha en cosecha para malvivir y
en general, todos aquellos que ven asfixiados sus horizontes por la
vieja Argentina agropecuaria, de recursos inmovilizados (riqueza
ictícola, minera, potencial hidroeléctrico, etc.).
Todos ellos confluyen, entre 1943 y 1945, en un gran frente nacional,
cohesionados por su repudio al viejo país y a la dirigencia política
tradicional, tanto de derecha como de izquierda, como así también por un
ansia de crecimiento económico que satisfaga sus diversos reclamos.
Como en todo frente, estos diversos componentes mantienen diferencias
laterales, antagonismos que se subordinan temporariamente en aras de la
coincidencia general, pero que pueden, a veces, acentuarse hasta
provocar la ruptura de esa alianza. Esas diferencias, esa multiplicidad
de objetivos exige un unificador, un árbitro, alguien en quien todos
depositen confianza, capaz de encontrar soluciones razonables para los
diferendos entre las partes.
En los países coloniales y semicoloniales, donde el imperialismo expolia
no solo a los trabajadores sino a amplias capas de la sociedad, es
común la aparición de líderes populares que cumplen esa tarea de
unificación y conducción. En el caso argentino, esos amplios sectores
sociales que ansían concluir con el viejo régimen encuentran su hombre
en Juan Domingo Perón.
La interpretación individualista de la historia, tanto sea para elogiar
como para denigrar, supone que ese hombre es el responsable de todo, sea
de los éxitos o de las catástrofes. En nuestro caso, dirá: Perón hizo
el 17 de octubre.
La interpretación de la historia en función de la lucha de clases
señala, por el contrario, que son aquellos actores sociales quienes
logran encontrar a su autor y lo elevan entonces a la cabeza del frente
convirtiéndolo en líder. Es decir: el 17 de octubre lo hizo a Perón.
Sin embargo, la relación dialéctica de continuas acciones recíprocas en
pleno desarrollo de los acontecimientos torna muy difícil establecer
hasta qué punto la actuación del líder es mero resultado de las fuerzas
sociales que lo impulsan y hasta dónde sus condiciones personales juegan
también un papel muy importante.
Baste recordar que un marxista - Trotsky - señalaba que si Lenin no
hubiera llegado al imperio zarista en 1917, posiblemente la Revolución
de Octubre no se hubiera realizado.
En el caso argentino, la interpretación correcta de lo sucedido (sin
pretender glorificar a Perón, ni tampoco caer en el otro extremo de
restar importancia a su actuación) posiblemente resultará de las
polémicas que los investigadores lleven a cabo en el futuro, cuando los
odios y los amores aun subsistentes se hayan amenguado o desaparecido.
Por ahora, parece posible sostener que esos nuevos protagonistas de la
historia argentina, generaron -aquel 17 de octubre de 1945- un frente
nacional de liberación que fue encabezado por Perón.
Como señala Jauretche, el viejo país no entendió aquello que pasaba
delante de sus narices: ni a la clase trabajadora, ni al liderazgo
emergente.
• Los conservadores
A medio siglo de distancia se comprende que la clase dominante, a través
de los dirigentes conservadores, los grandes intelectuales y los
grandes diarios, haya reaccionado lúcidamente contra estos sucesos,
corroborando, una vez más, que es la única clase para sí , con clara
conciencia de sus intereses.
Con respecto a la incomprensión por parte de la mayoría de dirigentes y
base social del anterior movimiento nacional - el radicalismo-, la
explicación parece residir en la incorporación de la vieja clase media
al régimen semi colonial, así como su sumisión al poderoso aparato
cultural de la oligarquía (la historia mitrista, el liberalismo
económico, la literatura exquisita y lúdica, la democracia formal, la
civilización y barbarie , etc.).
• La izquierda
Más grave aun es la incomprensión de las diversas agrupaciones de izquierda.
• Los socialistas
El Partido Socialista, sometido también a esa colonización pedagógica,
se ha convertido en el partido de los consumidores (moneda sana y libre
importación) con fuerte subordinación a Gran Bretaña.
• Los comunistas
En el caso del Partido Comunista, como ya se ha señalado, la alianza de
la URSS con Inglaterra y Estados Unidos le resultó letal al convertir al
antifascismo, y más aún, a la aliadofilia, en su táctica política y
sindical.
Por todas estas razones, no se asombre pues, el lector, de los juicios que va a leer seguidamente.
• Los radicales
El liberalismo oligárquico, con su virulenta campaña antifascista, ha
hecho estragos en la dirigencia radical. Nada queda en su pensamiento de
los planteos populares de Irigoyen.
“El 17 de octubre (dicen), fue preparado por la Policía Federal y la
Oficina de Trabajo y Previsión, convertida en una gran máquina de
propaganda de tipo fascista, con ramificaciones en todo el país (...)
Fue una reproducción exacta de las primeras manifestaciones populares
del fascismo y del falangismo” (*63)
Según el comunicado emitido por la conducción unionista de la UCR, el
paro pudo realizarse
“usando de la coacción y la amenaza (...) y se
ultrajó a la ciudadanía con la ayuda policial, en un espectáculo de
vergüenza como nunca ha presenciado la Nación. (*64).
Sostiene, asimismo, que “
el número de manifestantes no fue mayor de
sesenta mil personas, de las cuales un 50 % lo constituían mujeres y
menores, teniendo informaciones fehacientes de que muchos de estos
recibieron dinero para concurrir (...) que los manifestantes vejaron a
personas, asaltaron comercios, injuriaron a la población vivando a su
candidato y llevando como lema o estribillo estas palabras: Viva la
alpargata y mueran los libros, Haga patria matando a un estudiante.(*
65).
Desde el conservadorismo, Emilio Hardoy define, años después:
“Los ciudadanos que desfilaron triunfalmente, yo entre ellos, poco
tiempo antes por las calles de Buenos Aires, jamás imaginaron que la
muchedumbre, imponente e informe, amenazadora y primitiva, iba a invadir
la Plaza de Mayo al grito de guerra de ¡Perón!. Grito de guerra y de
odio, casi de venganza, por causa de la miseria y la ignorancia de la
sociedad de entonces. Como en todos los pueblos de Occidente, en nuestro
territorio había dos países en aquel mes de octubre de 1945: el país
elegante y simpático, con sus intelectuales y su sociedad distinguida
sustentada en su clientela –romana- y el país de -la corte de los
milagros- que mostró entonces toda su rabia y toda su fuerza. ¡Nueve
días que sacudieron al país! ¡Nueve días en los que la verdad se
desnudó! Nueve días que cierran una época e inauguran otra... Desde
luego, el odio no es el único ingrediente del peronismo, pero es el
fundamental, el cemento que aglutinó a las masas en torno a Perón.
(*66).
De este modo, los viejos enemigos (radicales y conservadores) coinciden
ahora en su vituperio a la presencia popular en la plaza histórica.
Sin embargo, debe reconocerse que lo hacen con ideas, mientras otros manifiestan ese mismo repudio a culatazos:
“
El 17 de octubre de 1945, yo era el responsable de la Casa y de la
estructura física del Ministerio de Marina en la Casa de Gobierno
(...)La multitud desbordó la Plaza de Mayo y tiró las puertas abajo.
Entraron los policías a caballo, era un revuelo increíble (...)
entraron unos muchachos sudorosos y que se veían muy cansados.
Comenzaron a dar vueltas alrededor mío y me miraban extrañamente. Les
parecía mentira ver a un oficial parado ahí. Se acercó uno y me dijo:
-¿Dónde está Perón? Lo queremos ver, venimos cansados de Ensenada. Le
respondí: No sé dónde está Perón, debe estar arriba
Al tiempo, acudió un teniente con un pelotón de la compañía de
infantería que custodiaba la Casa de Gobierno y me dijo: “Con su
permiso, señor capitán, voy a hacer desalojar a toda esta gente.
- Sí, le dije, pero con una condición: no dispare ningún tiro adentro del edificio, adentro del ministerio.
Se retiraron entonces (...) Él dio una orden y los soldados pusieron
rodilla en tierra, dieron vuelta sus fusiles, con la culata para
adelante, y comenzaron a sacudirles las cabezas a los revoltosos.
Sonaban sus cabezas que parecían mates (*67).
Así vivió ese día de octubre el marino “democrático” Isaac F. Rojas.
Para quienes desconocen la historia argentina y se dejan llevar por los
rótulos, resulta asombroso que juicios coincidentes provengan de la
titulada izquierda socialista y comunista.
“La Vanguardia”, por ejemplo, órgano del partido Socialista, afirma:
- En los bajíos y entresijos de la sociedad hay acumuladas miseria,
dolor, ignorancia, indigencia más mental que física, infelicidad y
sufrimiento. Cuando un cataclismo social o un estímulo de la policía
moviliza las fuerzas latentes del resentimiento, cortan todos las
contenciones morales, dan libertad a las potencias incontroladas, la
parte del pueblo que vive ese resentimiento y acaso para su
resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella,
asalta a diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides
permanentes y responsables de su elevación y dignificación.” (* 68)
La FUBA no se halla alejada de estos planteos y sostiene orgullosamente:
“ s
e había dado una polarización de las fuerzas sociales en pugna: los
sectores democráticos que concurrían a los despachos de la embajada
norteamericana y los dirigentes gremiales y políticos pro peronistas que
acudían a la Secretaría de Trabajo. (* 69)
Por su parte, la comisión gremial del Partido Socialista señala
“las exteriorizaciones carnavalescas, desmanes y atropellos inicuos
producidos en el paro, que fue ajeno a la decisión de los auténticos
trabajadores organizados... (* 70)
A su vez, el Partido Comunista emite varias declaraciones en esos días. El 21 de octubre sostiene:
“El malón peronista, con protección oficial y asesoramiento policial
que azotó al país ha provocado rápidamente, por su gravedad, la
exteriorización del repudio popular de todos los sectores de la
República en millares de protestas. Hoy la Nación en su conjunto tiene
clara conciencia del peligro que entraña el peronismo y de la urgencia
de ponerle fin. Se plantea así para los militantes de nuestro Partido
una serie de tareas que, para mayor claridad, hemos agrupado en dos
rangos: higienización democrática y clarificación política.
Por un lado, barrer con el peronismo y todo aquello que de alguna manera
sea su expresión; por el otro, llevar adelante una campaña de
esclarecimiento de los problemas nacionales, la forma de resolverlos y
explicar, ante las amplias masas de nuestro pueblo, más aun que lo hecho
hasta hoy, lo que la demagogia peronista representa.
En el primer orden, nuestros camaradas deben organizar y organizarse
para la lucha contra el peronismo, hasta su aniquilamiento.
Corresponde aquí también señalar la gran tarea de limpiar las paredes y
las calles de nuestras ciudades de las inmundas pintadas peronistas.
Que no quede barrio o pueblo sin organizar las brigadas de
reorganización democrática (...) Nuestras mujeres (...) deben visitar
las casas de familia, comercios, etc., reclamando la acción coordinada y
unánime contra el peronismo y sus hordas. Perón es el enemigo número
uno del pueblo argentino. (*71)
Días después, el periódico Orientación afirma:
“Pero también se ha visto otro espectáculo, el de las hordas de
desclasados haciendo de vanguardia del presunto orden peronista. Los
pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron la ciudad no
representan a ninguna clase de la sociedad. Es el malevaje reclutado por
la Secretaría de Trabajo y Previsión para amedrentar a la población.
En el mismo número de Orientación (dirigido por Ernesto Giudici) puede leerse:
“
Desde Avellaneda salían las bandas armadas del peronismo, obedeciendo
un plan de acción dirigido por el coronel y sus asesores nazis (...) El
peronismo logró engañar a algunos sectores de la clase obrera (...) y
esos sectores engañados fueron en realidad dirigidos por el malevaje
peronista, repitiendo escenas dignas de la época de Rosas; y remedando
lo ocurrido en los orígenes del fascismo en Italia y Alemania, demostró
lo que era, arrojándose contra la población indefensa, contra el hogar,
contra las casas de comercio, contra el pudor y la honestidad, contra la
decencia, contra la cultura, e imponiendo el paro oficial, pistola en
mano y con la colaboración de la policía que, ese día y al día
siguiente, entregó las calles de la ciudad al peronismo bárbaro y
desatado.” (...)(*73)
La casi totalidad de los grupos de izquierda caen en categorizaciones
erróneas al intentar definir la jornada del 17. Para los viejos
anarquistas, resulta el fascismo redivivo o el Estado que aplasta las
libertades individuales. Para el sector trotskista que orienta Nahuel
Moreno, "el 17 de octubre es uno de los tantos golpes de cuartel (... )"
(*74). Y Perón sería un agente de imperialismo inglés en retirada.
Solo el grupo de origen trotskista que se expresa en el periódico Frente
Obrero, bajo la orientación de Aurelio Narvaja, reconoce los aspectos
fundamentales de la movilización popular y su carácter históricamente
progresivo:
“Los acontecimientos de los días 17 y 18 de este mes, han dejado
perplejos y confundidos a los stalinistas, socialistas y, en general, a
toda la pequeña burguesía que se hallaba bajo el influjo ideológico de
la oligarquía y del imperialismo.” (...)
Durante los largos meses transcurridos desde el 4 de junio de 1943, los
stalinistas, con el apoyo de los socialistas, llamaron en varias
ocasiones a la huelga general. Salvo algunos sectores obreros de la
construcción, la clase obrera permaneció insensible a sus llamados y el
más estrepitoso fracaso coronó sus esfuerzos por defender la
“democracia”... Y ahora, he aquí que un militar, un recién llegado o
poco menos, logra sacar al proletariado de sus fábricas y talleres y
lanzarlo a la calle, con el solo apoyo de un débil equipo de dirigentes
sindicales de alquiler y sin ningún gran diario que apoye su política.
“La misma masa popular que antes gritaba -¡ Viva Yrigoyen!, grita ahora '¡Viva Perón!”.
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Extraído de la obra de Norberto Galazo: Perón. Formación, Ascenso y
Caida (1898-1955) Tomo I; Edicioes Colihue. Grandes Biografias. 2005.
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Bibliografía:
1 Diario La Época, 17/10/1945.
2 Jauretche, Arturo, Escritos Inéditos, ob. cit., p. 159. ) Revista Dinamis, octubre de 1972.
4 Marechal. Leopoldo, en Chávez, Fermín (comp.), La jornada del 17 de
Octubre por 45 Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1996, p. 35.
5 Diario La Época, 17/10/1945.
6 Scalabrini Ortiz, Raúl, Tierra sin nada. Tierra de profetas, ob. cit.
7 Diario La Época, 17/10/1945.
8 Chávez, Fermín, Perón y el peronismo en la historia contemporánea, tomo Il, ob. cit., p. 51.
9 Testimonio de Sábato, Ernesto, en Tres revoluciones, ob. cit., pp. 67-68.
10 Perelman, Ángel, Cómo hicimos elI? de octubre, ob. cit., pp. 75-76.
II Salas, Horacio, Conversaciones con Raúl González Tuñón, Buenos Aires, Ediciones La Bastilla, 1975,p.125.
12 Chávez, Fermín, Perón y el peronismo en la historia contemporánea, tomo !I, ob. cit., p. 52.
13 Perelman, Ángel, Cómo hicimos el 17 de octubre, ob. cit., p. 75.
14 Reyes, Cipriano, Yo hice el 17 de octubre, ob. cit., pp. 228-230.
15 Testimonio de Orsi, René, en Reseña histórica del Partido Justicialista de La Plata, 1945-1955, ob. cit., p. 205.
16 Testimonio de Reyes, Cipriano, en ibid., p. 216.
17 Testimonio de Giadas, Juan Carlos, en ibid., p. 228.
18 Miguens, José, en Chávez, Fermín (comp.), La jornada del]7 de octubre por 45 autores, ob. cit., p. 100.
19 Barainca, Eduardo en revista Realidad Económica, NQ 135, p. 101.
20 Revista Primera Plana, 19/10/1965.
21 Reyes, Cipriano, Yo hice el17 de octubre, p. 229.
22 Perelman, Ángel, Cómo hicimos el17 de octubre, ob. cit., p. 77.
2J Kelly, David, El poder detrás del trono, ob. cit., pp. 68-69.
24 Brum, Blanca Luz, en Chávez, Fermín (comp.), La jornada del17 de
Octubre por 45 autores, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1996, p. 79.
25 Diario Clarín, 15/10/1995.
26 Giussani, Pablo, en revista Extra, octubre de 1965.
21 Revista Dinamis, octubre de 1972, citada por Chávez, Fermín (comp.),
La jornada del 17 de Octubre por 45 autores, ob. cit., p. 32.
28 Borges, Jorge Luis, en revista CHE, 18/10/1960.
29 Martínez Estrada, Ezequiel, ¿Qué es esto?, Buenos Aires, Editorial Lautaro, 1956, pp. 23,32,33,55, 65 Y 89.
30 Ghioldi, América en revista CHE, 18/10/1960. Buenos Aires, Ediciones Trafac, 1957, p. 14.
31 Pérez Leirós, Francisco, en revista CHE, 18/10/1960.
32 Ramos, Jorge Abelardo, Perón, Buenos Aires, Ediciones Amerindia, 1959, p. 34.
33 Oliver, María Rosa, Mi fe en el hombre, Buenos Aires, Editorial Carlos Lolhé, 1981, p. 343.
34 Jauretche, Anuro, Los profetas del odio.
35 Brum, Blanca Luz, en Chávez, Fermín (comp.), La jornada del17 de Octubre por 45 autores, ob. cit., p. 79.
36 Bunge de Galvez, Delfina en diario El Pueblo, 25/10/1945 .
37 Benítez, Hernán, en revista CHE, 18/10/60.
38 Testimonio de Lucero, Franklin, en Chávez, Fermín, Perón y el
peronismo en la historia contemporánea, tomo 1I, Buenos Aires; Editorial
Oriente, 1984, p. 54.
39 Tanco, Raúl, en Chávez, Fermín, Perón y el peronismo en la historia contemporánea, tomo II,ob. cit., p. 54.
40 Chávez, Fermín, Perón y el peronismo en la historia contemporánea, tomo Il, ob. cit., p. 55.
41 Scalabrini Ortiz, Raúl, Tierra sin nada. Tierra de profetas, ob. cit., p. 33.
42 Vanasco, Alberto en revista Macedonio, N2 9/10, otoño 1971.
43 Scalabrini Ortiz, Raúl, Tierra sin nada. Tiempo de profetas,
Editorial Reconquista, Buenos Aires, 1947. 44 Russo, Héctor en Chávez,
Fermín, Perón y el peronismo en la historia contemporánea, tomo Il, ob.
cit., p. 54.
45 Pavón Pereyra, Enrique, Perón, el hombre del destino, tomo 1, ob. cit., p. 297.
46 Diario La Razón, 17/10/1945.
47 Real, Juan José, 30 años de historia argentina, ob. cit., p. 79.
48 lb íd.
49 Diario Crítica, 17/10/1945.
50 lbíd.
51 Pavón Pereyra, Enrique, Perón, el hombre del destino, tomo l, ob. cit., p. 297.
52 Pavón Pereyra, Enrique, Perón, el hombre del destino, tomo 1, ob. cit., p. 299.
53 Luna, Félix, El 45, ob. cit., p. 427.
54 Testimonio de Plater, Guillermo, en Chávez, Fermín, Perón y el
peronismo en la historia contemporánea, tomo 11, ob. cit., p. 57.
55 Luna, Félix, El 45, ob. cit., p. 374.
56 Colom, Eduardo, 17 de octubre. la revolución de los descamisados, Buenos Aires, Editorial La Época, 1946,p. 104.
57 Luna, Félix, El 45, ob. cit., p. 427.
58 Barrios, Américo, Con Perón en el exilio, ob. cit., p. 62.
59 Perón, Juan Domingo, El pueblo quiere saber de qué se trata, ob. cit., pp. 185-187. 60 Luna, Félix, El 45, ob. cit., p. 370.
61 Lucero, Franklin, El precio de la lealtad, ob. cit., p. 37.
62 Jauretche, Arturo, en diario El Mundo, 17/10/1965.
63 Declaración de la Unión Cívica Radical en diario La prensa,
25/10/1945, citada por Chávez, Fermín, Perón y el peronismo en la
historia contemporánea, tomo I!, ob. cit., p. 69.
64 Luna, Félix, El 45, ob. cit., p.- 382.
65 Ibíd., p. 383.
66 Hardoy, Emilio J., No he vivido en vano, Buenos Aires, Marymar, 1993, pp. 208-209 Y 215.
67 González Crespo, Jorge, Memorias del Almirante Rojas. Con versaciones
con Jorge González Crespo, Buenos Aires, Editorial Planeta, 1993, p.
140.
68 Periódico La Vanguardia, 23/10/1945.
69 Almaraz, Roberto, Porchór, Manuel y Zemborain, Rómulo, i Aquí FUBA!
Las luchas estudiantiles en tiempos de Perón.1943-1955, ob. cit., p. 53.
70 Luna, Félix, El 45, ob. cit., p. 384.
71 Declaración del Partido Comunista, del 21/10/1945, citada por
Puiggrós, Rodolfo, en El peronismo: sus causas, ob. cit., p. 182.
72 Periódico Orientación, 24/10/1945, citado por Luna, Félix, en El 45, ob. cit., p. 380.
731bM.
74 Periódico Frente Proletario, 20/8/1948.