viernes, 29 de noviembre de 2013

África: conflictos y esperanzas (articulos del Dipló)


En el centro del Sur 



Por Pablo Stancanelli

África sufre de guerras, miseria y epidemias. Pero África no se reduce a sus males. Es un continente diverso, dinámico, joven. Hoy, vive un ciclo de crecimiento inédito, y sus recursos, abundantes, lo posicionan en el centro de las relaciones de fuerza globales.


n el África subsahariana están los albores y el futuro del capitalismo (1). Las potencias coloniales forjaron sus economías con la savia de sus bosques, las entrañas de sus tierras, el dolor y sudor de sus pueblos. “El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros”, señalaba Karl Marx, para quien la trata de esclavos era “el método de acumulación originaria” que exigía “la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa” (2).


La barbarie civilizatoria occidental alcanzó en el continente negro su máxima expresión. Usurpó a los africanos su futuro, diezmando y dispersando a sus poblaciones, desgarrando civilizaciones, negándoles por siglos todo atisbo de desarrollo propio. No se trata de un pasado remoto: el Estado Libre del Congo, ese campo de explotación atroz en el que el chicote era ley, dominio privado del rey Leopoldo II de Bélgica, recién dejó de existir en 1908, cuando fue cedido a... Bélgica. Sus fronteras coincidían con la actual República Democrática del Congo (RDC), hoy el país más rezagado en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. En Sudáfrica, el régimen racista del apartheid fue abolido hace apenas dos décadas.


El ejemplo de la RDC es paradigmático del eterno saqueo de los recursos africanos y de la compleja construcción de entidades nacionales sobre tierra arrasada que siguió a la Segunda Guerra Mundial. El proceso de descolonización fue víctima a su vez de injerencias neocoloniales, cuando África, como el resto del Tercer Mundo, se convertía en tablero de la Guerra Fría. Pero las clases dirigentes africanas, a menudo formadas en Occidente, no fueron sólo víctimas; partícipes necesarias, en muchos casos aceptaron el rol periférico del continente en la división internacional del trabajo destruyendo producción y trabajo local, engendraron regímenes corruptos y asesinos, y atizaron conflictos mortíferos por riquezas y poder tras la máscara de luchas interétnicas. Fue justamente el caso del dictador Joseph-Désiré Mobutu en RDC –denominada Zaire en su megalomanía–, uno de los países más ricos en recursos minerales del continente, que redujo a la miseria mientras amasaba multimillonarias cuentas bancarias en Suiza. Los sueños de emancipación y de unidad panafricana sufrieron entonces la suerte de sus líderes: asesinato de Patrice Lumumba en 1961, golpe de Estado a Kwame Nkrumah en 1966, asesinato de Thomas Sankara en 1987...


A partir de la década del 70, la crisis de la deuda, la expansión en el continente de los planes de ajuste estructural promovidos por los organismos financieros internacionales y las ayudas que se cobran con creces acabaron con el entusiasmo de las independencias. Las promesas de desarrollo se desvanecieron, los índices sociales y económicos empeoraron y las desigualdades crecieron, deslegitimando a las elites políticas de la región. Pero lo que fracasó en África no fue la democratización –afirma Mwayila Tshiyembe, director del Instituto Panafricano de Geopolítica de Nancy– sino “la imposición del modelo occidental de Estado-Nación, cuyo postulado de unificación étnica, cultural e identitaria constituye en sí mismo una fuente de conflicto” (3) en un continente donde las fronteras representan más un lugar de encuentro que de demarcación.



Fuerzas en pugna


“En el fondo –señala la periodista Anne-Cécile Robert–, África es la entropía de nuestro mundo, la unidad de medida del caos social y humano que lo caracteriza” (4). Y en este sentido, el futuro del capitalismo y del desarrollo global se encuentra en el continente negro. Los antropólogos sudafricanos Jean y John L. Comaroff sostienen que las “exclusiones [de la modernidad capitalista] resultan indispensables para su funcionamiento interno”, y plantean una tesis provocativa: los países centrales están evolucionando hacia África (5).


Esto puede entenderse de distintas maneras. Por una parte, la crisis del Estado de Bienestar en Occidente, que no por casualidad se produce al tiempo que los países del Sur generan nuevas formas de resistencia y reafirman su soberanía, lleva a los países desarrollados al camino inexorable de la marginalidad. De no mediar cambios, a largo plazo sus sociedades terminarán pareciéndose a las sociedades africanas empobrecidas. Por otra, el proceso en curso en las relaciones internacionales está “reubicando en el Sur –y, desde luego, también en Oriente– algunos de los modos más innovadores y dinámicos de producción de valor” (6). Lo que hoy es centro, será algún día periferia.


Desde comienzos del siglo XXI, el África subsahariana vive un ciclo de crecimiento inédito, que coincide, a pesar de los múltiples conflictos aún en curso, con un avance en la pacificación y democratización de la región. El aumento en los precios de las materias primas, el descubrimiento de enormes reservas petroleras y la demanda de los países emergentes explican en parte esta evolución. El continente vive asimismo un crecimiento demográfico acelerado. En 2009, su población superó los 1.000 millones de habitantes –el 15% del total mundial frente al 7% en 1950– y se estima que alcanzará los 2.000 millones para el año 2050, con un aumento sostenido de la clase media. Al sur del Sahara, un 60% de la población tiene menos de 20 años.


Sin embargo, los retos siguen siendo gigantescos. Las mejoras económicas se concentran en los países “útiles” y aún no se reflejan en las condiciones de vida. Los jóvenes, precarizados, desesperanzados, viven tentados de volcarse a la violencia identitaria, confesional o sencillamente criminal. El crecimiento urbano es desenfrenado y caótico, y la falta de agua, endémica en algunas zonas, podría agravarse en razón del cambio climático. Pero sobre todo, la región carece de un modelo de explotación sustentable de sus valiosos recursos. Las multinacionales cosechan allí ganancias extraordinarias. El informe 2013 del Panel para el Progreso de África que preside el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, señala que entre 2008 y 2010 la falsificación de declaraciones de ganancias de empresas con negocios en África le hizo perder al continente unos 38.000 millones de dólares anuales (7).


Como en la época de la trata de esclavos, el África subsahariana es hoy el eje de la globalización. Allí se dirime la pulseada entre las potencias emergentes y decadentes. Brasil, Corea del Sur, India, Turquía y, principalmente, China desembarcan con fuerza en el continente, desplazando a las antiguas metrópolis. Proponen relaciones comerciales y de cooperación innovadoras, aun cuando buscan asegurarse mercados y recursos. La historia dirá si se repiten las mismas formas de explotación y dependencia con otros actores, o si éstos pretenden realmente ayudar al continente negro a encontrar la senda de un desarrollo autónomo.

El nuevo orden mundial se juega en África.  


1. Por razones históricas, culturales y geopolíticas, esta edición de Explorador se ocupa del África situada al sur del Sahara.


2. Karl Marx, El Capital, tomo I, cap. XXIV, FCE, México, 1972, pág. 646.


3. Véase “¿Conflictos étnicos o luchas por el poder?”, El Atlas de Le Monde diplomatique III, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2009.


4. Anne-Cécile Robert, “Un enjeu mondial”, Manière de voir, N° 108, “Indispensable Afrique”, París, diciembre de 2009-enero de 2010.


5. Jean y John L. Comaroff, Teoría desde el sur, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013.


6. Idem.


7. www.africaprogresspanel.org




SEPARATISMOS, DISGREGACIONES, INESTABILIDAD TRANSNACIONAL ...



Fronteras difusas



Por Anne-Cécile Robert*


La partición de hecho del territorio de Malí puso de manifiesto la extrema fragilidad de las fronteras africanas, acentuada tras la finalización de la Guerra Fría. En África Occidental tanto como en África Central y Oriental se multiplican las “zonas grises” que escapan a la autoridad de los Estados y donde reina la criminalidad.


a misteriosa explosión del 23 de octubre de 2012 en la fábrica de armas de Yarmuk, cerca de Jartum, sigue sembrando discordia entre Sudán, sus vecinos y las organizaciones internacionales. Según el centro de investigación suizo Small Arms Survey Center (1), los edificios destruidos, donde se producían armas ligeras, servían también como depósitos para armas importadas de China. Jartum acusa a Israel ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) –sin presentar pruebas– de sabotear, e incluso de bombardear el sitio, considerado por Tel Aviv como el eslabón de un tráfico con destino a la Franja de Gaza e Irán.


Vasto país de casi 2 millones de kilómetros cuadrados, Sudán enfrenta la rebelión de Darfur en su flanco occidental (2). Además, desde julio de 2011, perdió una parte de sus territorios en el sur, que se independizaron con el nombre de Sudán del Sur luego de décadas de guerra civil. A pesar de varios acuerdos sobre el trazado de las fronteras y la distribución de los recursos, ambos Estados están lejos de haber encontrado la paz (3).


Atravesado por conflictos y amenazado por movimientos centrífugos, el de Sudán no es un caso aislado en el continente negro. En efecto, si bien las tensiones en el Sahel acaparan la atención diplomática y mediática, los acontecimientos que allí se desarrollan encuentran equivalencias con los de otras regiones de África: aspiraciones autonomistas, insurrecciones armadas, incapacidad de las autoridades para mantener el orden, tráficos transnacionales de armas y municiones, injerencias extranjeras, carrera por los recursos naturales, etc. Los Estados, en decadencia, han perdido el control sobre “zonas grises”, situadas a cierta distancia de las capitales y autoadministradas de manera muchas veces criminal. Así, entre Níger y Nigeria se extiende una franja de treinta a cuarenta kilómetros que escapa a la supervisión de Niamey y Abuja. Algunas fronteras, trazadas durante la colonización, dejan de tener entidad, debido al importantísimo flujo de inmigrantes, turistas y comerciantes que las ignoran.


Con sus procesiones de muertos, refugiados y atrocidades sin fin, la República Democrática del Congo (RDC) resulta emblemática de estos fenómenos destructivos. Del mismo modo, Somalia se descompone: una parte de su territorio, Somaliland, ha encontrado una forma de estabilidad bajo la autoridad de una elite local formada en el Reino Unido, mientras que al norte de Mogadiscio Puntland es un Estado de facto, administrado por clanes que en parte viven de la piratería. En África Occidental, si bien la mayoría de los países viven en paz, los focos de crisis latente son muchos y rebosantes de potenciales desestabilizaciones: la región senegalesa de Casamance, limítrofe con Gambia y Guinea Bissau, sufre regularmente explosiones de violencia separatista (secuestros, atentados); en el delta del Níger, bandas armadas extorsionan a empresas y sabotean las instalaciones petroleras de Nigeria, con repercusiones en Camerún, Togo y Benín; en los países de la Unión del Río Mano (Costa de Marfil, Liberia y Sierra Leona), los conflictos recientes han dejado sus huellas (4). La región saharo-saheliana, por su parte, es el campo de acción de movimientos criminales, de grupos islamistas radicales y de reivindicaciones tuaregs que crean una división de hecho de Malí (5). Sólo la parte austral del continente, dominada por Sudáfrica (véase “Sudáfrica se expande”, pág. 68), parece escapar a esta tendencia delicuescente.



“Sistemas de conflictos”


El principio de la intangibilidad de las fronteras, consagrado en la Carta de la Organización para la Unidad Africana (OUA) en 1963, se encuentra bastante maltrecho. Ya en mayo de 1993, se había visto erosionado por la independencia de Eritrea, separada de Etiopía. Al menos el nuevo Estado todavía se inscribía en los límites trazados en la época colonial, y por ende en un marco internacionalmente reconocido en el pasado. Pero, ¿qué decir de la secesión de Sudán del Sur, reconocida inmediatamente por la “comunidad internacional”, que había preparado su advenimiento? Es cierto que la autonomía de esta zona había sido prometida durante la independencia, en 1956, en el marco de un Estado federal. Pero Jartum nunca respetó su compromiso, desatando una rebelión armada que alimentaría dos largas guerras civiles (6).


Mientras aumenta la presión en las fronteras, ¿qué responder a los separatistas de Sahel o Casamance? En un comunicado del 17 de febrero de 2012, los jefes de Estado de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO) manifestaron su serio compromiso con la soberanía de Malí, que perdió el control del norte de su territorio. Pero la mayoría de estos países –Nigeria, Costa de Marfil (7), etc.– se enfrentan con crisis latentes o abiertas que superan su territorio y desafían su autoridad.


Se han instalado verdaderos “sistemas de conflictos”, caracterizados por la difusión transnacional de la inestabilidad en África Occidental, Oriental y Central. Estos focos de tensión suelen estar “situados a lo largo de los espacios fronterizos, cuyas dinámicas intrínsecas a menudo son factores de difusión o amplificación de las crisis”, explica el politólogo Michel Luntumbue (8).


Si bien fenómenos similares afectaron a Europa Central y Oriental (partición de Checoslovaquia, desintegración de Yugoslavia), en el caso de África se desarrollan en el contexto específico de Estados debilitados, e incluso en vías de colapsar, sobre todo en virtud de su incapacidad para garantizar el desarrollo. Los proyectos nacionales progresistas de las elites independientes se quebraron bajo los golpes del autoritarismo y la corrupción. La tutela de los organismos financieros internacionales fomenta a su vez la infantilización de las autoridades.


En el continente negro, la violencia de las desigualdades sociales exacerba los discursos identitarios, percibidos como las únicas herramientas de ascenso social: los adultos jóvenes que se reconocen como miembros de una “comunidad” religiosa, cultural o étnica con reivindicaciones específicas encuentran un sentimiento de pertenencia y recurren a veces a medios armados para hacer valer sus derechos a través de los de su grupo, en detrimento de los del país en su conjunto. Por otra parte, cada vez son más los jóvenes que denuncian la incuria de sus mayores, que se aferran al poder olvidando muchas veces el interés general. Según Luntumbue, la ruptura del contrato social entre las generaciones, al volverse patente, alimenta una “cultura de la intolerancia” en sociedades donde los mecanismos de la democracia aún están mal implantados. Las bandas armadas en el delta del Níger, por ejemplo, son típicas de una juventud desempleada y ávida de conseguir su parte del abundante maná petrolero. El autonomismo de la vecina península de Bakassi, en Camerún, se inscribe en el cuestionamiento a la legitimidad de un Estado incapaz de hacer un amago de redistribución de los recursos.


Estos conflictos, que tienen causas locales, a menudo son alimentados o desencadenados por un acontecimiento externo. Así, la intervención occidental en Libia, en la primavera boreal de 2011, contribuyó a la propagación de armas de guerra provenientes del arsenal del coronel Muamar Gadafi, pero también de los aprovisionamientos franco-británicos de armamento con paracaídas. Estas armas se vertieron en una zona donde ya se extendía el yihadismo islámico, mientras que las brasas de las tensiones entre capitales (Bamako y Niamey) y la rebelión tuareg se atizaban ante el soplido de la corrupción y la arbitrariedad. Por lo demás, es sabido que las grandes multinacionales instrumentan, e incluso orquestan, los conflictos locales para apoderarse de las riquezas mineras (9).


El continente se encierra entonces en un círculo vicioso, dado que los Estados suelen verse obligados a solicitar ayuda externa para resolver las crisis que los amenazan, validando así la acusación inicial de incompetencia e ilegitimidad. Algunos observadores también están preocupados por los perversos efectos de la intervención de las organizaciones humanitarias: el politólogo camerunés Achille Mbembe considera que contribuyen a difuminar los límites de la soberanía estatal, convirtiendo a las zonas protegidas en “extraterritoriales de hecho” (10).


Más allá de las disputas territoriales entre Estados, desde la década de 1990 se multiplican los conflictos internos de carácter político-étnico, cuyas implicancias pueden superar el marco de un país (Liberia, Sierra Leona, Costa de Marfil, Malí, etc.). El fin de la confrontación entre los dos bloques de la Guerra Fría liberó de antiguas preocupaciones, mientras la globalización económica y financiera redistribuía una parte de los mapas geopolíticos. La desestabilización de los Estados es alimentada por una criminalidad transfronteriza, como el tráfico de armas, de drogas o de seres humanos. Guinea Bissau, acostumbrada a los golpes de Estado, se convirtió en el punto de entrada de la cocaína de América del Sur y de la heroína afgana, que desde allí se reenvían a Europa y Estados Unidos. Pero la región también sufre la trata de migrantes para la agricultura y la pesca (Burkina Faso, Ghana, Benín, Guinea-Conakry, etc.). Se calcula que doscientos mil niños serían víctimas de la trata de personas en África Occidental y en la RDC, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) (11).


“Crisis de identidad”


Los múltiples grupos que le disputan al Estado el monopolio de la violencia legítima forjan alianzas circunstanciales y burlan fronteras que se han vuelto fluidas. Así, en el norte de Malí, Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Ançar Dine, el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental (MUJAO) y los grupos nómades tuaregs –cuyas reivindicaciones son antiguas– se asociaron para luchar contra la autoridad de Bamako. Pero también están vinculados con traficantes con los que intercambian dinero y servicios. Estas alianzas pueden disolverse tan rápido como fueron tejidas.


Los límites territoriales se diluyen en favor de zonas fronterizas, de “países fronteras” donde las regulaciones se efectúan por lo bajo, es decir, por el propio juego de los actores. Los Estados intentaron responder en varias oportunidades a los riesgos de descomposición mediante reformas institucionales, como la descentralización en Malí o el establecimiento de una federación en Nigeria. Pero las tendencias dominantes siguen obrando. El ex presidente de Malí, Alpha Oumar Konaré, considera por lo tanto que estos fenómenos son la clave del período actual: es a través de ellos como “se lee la paz, es decir, la democracia, es decir, el desarrollo”, porque “no puede haber paz con fronteras discutidas, no asumidas, donde lo único ampliamente compartido es el miedo al vecino” (12).


El historiador marfileño Pierre Kipré considera que África está atravesando una “crisis de identidad”, que hunde sus raíces en la historia larga. Si bien es cierto que las fronteras fueron trazadas artificialmente por las potencias coloniales durante la Conferencia de Berlín de 1884-1885, haciendo caso omiso de las realidades sociales y humanas, Kipré destaca una carencia de las propias sociedades. Según él, las tensiones surgieron “por no haber visto cómo las comunidades políticas africanas fundaban tanto el espacio como las redes de relaciones sociales como componentes íntimos de poder” (13). La lucha contra la colonización se efectuó en el marco de los Estados trazados por los europeos, validando las divisiones establecidas a fines del siglo XIX. Asimismo, los Estados independientes, ocupados en asentar su autoridad naciente, no dudaron en hacerse la guerra. Además, los regímenes de partido único –en ocasiones surgidos de luchas armadas–, recurriendo a medios autoritarios, pretendían sublimar las aspiraciones divergentes de las poblaciones para garantizar el desarrollo de la “nación”.


El trazado de fronteras rígidas no es una tradición africana, que valoriza más el encuentro, el compartir, el intercambio. Konaré habla de “confines móviles”, que actúan como “puntos de sutura” o “de soldadura”. De hecho, la “parentela” y las bromas que la acompañan son una tradición que, a pesar de todo, aún perdura. Las independencias se obtuvieron en la década de 1960, cuando las poblaciones aún no habían integrado los espacios políticos creados por Berlín apenas ochenta años atrás.


¿Podemos imaginar entonces un “Contra-Congreso de Berlín”? En 1994, el escritor nigeriano Wole Soyinka exclamaba: “Deberíamos sentarnos y, armados con una escuadra y un compás, volver a dibujar las fronteras de las naciones africanas” (14). Más recientemente, en 2009, Nicolas Sarkozy, a pocas semanas de un viaje a la región y hablando de la RDC, sugería: “En algún momento habrá que sentarse a dialogar, pero no debe ser un diálogo meramente coyuntural, sino un diálogo estructural: ¿cómo se divide el espacio en esta región del mundo, cómo se dividen las riquezas y cómo se acepta comprender que la geografía tiene sus leyes, que muy pocas veces los países cambian de dirección y que habrá que aprender a vivir unos al lado de los otros?” (15). Estas declaraciones generaron preocupación en la región de los Grandes Lagos, donde se temió que se intentara un reordenamiento “a la antigua”. Pero, más allá del estilo eruptivo del ex presidente francés, la idea atormenta a muchos intelectuales y líderes africanos. “Durante el próximo siglo –escribía en 1993 el politólogo keniata Ali Mazrui–, cambiará la configuración de la mayoría de los Estados africanos actuales. Y una de dos: o bien la autodeterminación étnica conducirá a la creación de Estados más pequeños, como en el caso de la separación de Eritrea y Etiopía, o bien la integración regional dará lugar a uniones políticas y económicas más amplias” (16).


En lo que se presenta como una carrera contra-reloj, los dirigentes africanos parecen haber tomado partido por la segunda hipótesis. Las fronteras serán defendidas, pero las instituciones regionales establecerán un marco pacífico. De este modo, en 2002 la OUA se transformó en la Unión Africana. Más estructurada, cuenta con un órgano ejecutivo permanente y un Consejo de Paz y Seguridad. Previó una serie de sanciones, cuyos latigazos ya fustigaron a Níger, Costa de Marfil y Malí: suspensión de la participación en la organización, embargos, congelamiento de activos financieros, etc. Además, adoptó varias iniciativas, como el plan de acción sobre la lucha contra las drogas y la prevención de la criminalidad. La CEDEAO, por su parte, reforzó la cooperación de sus quince Estados miembros en sectores clave: estupefacientes, armas, trata de migrantes (17).


Según el economista Mamadou Lamine Diallo, resulta imperativo salir de las “estrategias reactivas” (18); también habría que abandonar las visiones meramente securitarias, que corren el riesgo de cumplir sólo con una parte del objetivo. Lo importante es volver a encontrar formas de legitimidad del poder que se correspondan con la realidad de las sociedades africanas, dado que los Estados también están colapsando por falta de anclaje en la población.


“Querer actuar en lugar de los africanos, cuando se trata de acompañarlos –insiste Konaré–, es correr el riesgo de salir de una lógica de coto privado de caza, digamos de caza que uno ya no puede mantener solo, para avanzar hacia una lógica no menos condenable y condenada: la de la caza compartida en provecho de monopolios extranjeros para los cuales algunos países africanos son buenos para desarrollar, para ser industrializados, y otros están condenados al papel de meros mercados, de proveedores de materias primas” (19). El fortalecimiento de las instancias de regulación regional probablemente sea la mejor manera de alcanzar una afirmación continental. Debería apoyarse en las “comunidades de base” que, al movilizar los recursos culturales y la riqueza de las prácticas sociales, demuestran a diario su capacidad para resolver las tensiones en muchas “zonas tapón” de África. 

1. Small Arms Survey Center, comunicado, Ginebra, 25-10-12.


2. La ferocidad de la represión que allí ejerce su presidente, Omar Al-Bashir, le valió una orden de detención de la Corte Penal Internacional (CPI).


3. Véase Jean-Baptiste Gallopin, “Amargo divorcio en Sudán”,
www.eldiplo.org, junio de 2012.


4. Creada en 1973, la Unión del Río Mano tiene como objetivo favorecer los intercambios comerciales.


5. Véase Jacques Delcroze, “Malí: se desploma un sueño democrático”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, septiembre de 2012.


6. Entre 1955 y 1972 y, luego, entre 1983 y 2005.


7. Véase Fanny Pigeaud, “Guerre pour le cacao dans l’Ouest ivoirien”, Le Monde diplomatique, París, septiembre de 2012.


8. Michel Luntumbue, “Groupes armés, conflits et gouvernance en Afrique de l’Ouest: une grille de lecture”, nota de análisis del Groupe de Recherche et d’Information sur la Paix et la Sécurité (GRIP), Bruselas, 27-1-12.


9. Véase Colette Braeckman, Les Nouveaux Prédateurs. Politique des puissances en Afrique centrale, Fayard, París, 2003.


10. Achille Mbembe, “Vers une nouvelle géopolitique africaine”, Manière de voir, N°51, “Afriques en renaissance”,París,mayo-junio de 2000.


11. Véase “La traite d’enfants en Afrique de l’Ouest”, Centro de Investigaciones Innocenti de UNICEF, Oficina Regional de UNICEF para África Occidental y Central, Florencia (Italia), abril de 2002.


12. Alpha Oumar Konaré, discurso de apertura, “Des frontières en Afrique du XIIe siècle au XXe siècle”, Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), París, 2005.


13. Pierre Kipré, “Frontières africaines et intégration régionale : au sujet de la crise d’identité nationale en Afrique de l’Ouest à la fin du XXe siècle”, en “Des frontières en Afrique...”, op.cit.


14. Wole Soyinka, “Blood soaked quilt of Africa”, The Guardian, Londres, 17-5-1994.


15. Nicolas Sarkozy, recepción de embajadores, 16-1-09.


16. Ali Mazrui, “The bondage of boundaries”, en “The future surveyed: 150 economist years”, número especial de The Economist, Londres, 11-9-1993.


17. Véase “Modernisation of administration department and updating of administrative procedures manual for Ecowas”, en www.ecowas.int


18. Mamadou Lamine Diallo, “L’Afrique dans la nouvelle géopolitique mondiale : atouts et faiblesses”, Pantin, Fondation Gabriel-Péri, 24-1-08.


19. “Des frontiéres en Afrique...”, op. cit.


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